Cuentos de Perrault I
Charles Perrault, nació en París el 12 de enero de 1628 y falleció el 16 de mayo de 1703). Escribió obras, tales como: fue un escritor francés
Comparación entre antiguos y modernos, un alegato en favor de los escritores "modernos" y en contra de los tradicionalistas y el poema El siglo de Luis el Grande . Sin embargo la fama le llego por su libro
Cuentos de mamá ganso que significó el inicio de un nuevo estilo de literatura:
Los Cuentos de Hadas.
Para sus relatos, Perrault recurrió a paisajes y Castillos, que le eran conocidos, para situar la trama de sus cuentos.
Cuentos de Perrault I
Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tan bien que todos la llamaban
Caperucita Roja.
Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo:
"
Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una torta y este tarrito de mantequilla" Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otro pueblo.
Al pasar por un bosque, se encontró con el compadre lobo, que tuvo muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió porque unos leñadores andaban por ahí cerca. Él le preguntó a dónde iba. La pobre niña, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con un lobo, le dijo:
"
Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía"
"¿
Vive muy lejos?" -le dijo el lobo.
"¡
Oh, sí!" -dijo Caperucita Roja-"
más allá del molino que se ve allá lejos, en la primera casita del pueblo"
"
Pues bien dijo el lobo, yo también quiero ir a verla; yo iré por este camino, y tú por aquél, y veremos quién llega primero"
El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto y la niña se fue por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr tras las mariposas y en hacer ramos con las florecillas que encontraba.
Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela; golpea:
Toc, toc.
"¿
Quién es?"
"
Soy su nieta, Caperucita Roja" ,dijo el lobo, disfrazando la voz
- y le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía"
La cándida abuela, que estaba en cama porque no se sentía bien, le gritó:
"
Tira de la aldaba y el cerrojo caerá"
El lobo tiró de la aldaba, y la puerta se abrió. Se abalanzó sobre la buena mujer y la devoró en un santiamén, pues hacía más de tres días que no comía.
En seguida cerró la puerta y fue a acostarse en el lecho de la abuela, esperando a Caperucita Roja quien, un rato después, llegó a golpear la puerta:
Toc, toc.
"¿
Quién es?"
Caperucita Roja, al oír la ronca voz del lobo, primero se asustó, pero creyendo que su abuela estaba resfriada, contestó:
"
Soy su nieta, Caperucita Roja, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía"
El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
"
Tira de la aldaba y el cerrojo caerá"
Caperucita Roja tiró de la aldaba y la puerta se abrió. Viéndola entrar, el lobo le dijo, mientras se escondía en la cama bajo la ropa:
"
Deja la torta y el tarrito de mantequilla en la repisa y ven a acostarte conmigo"
Caperucita Roja se desviste y se mete a la cama y quedó muy asombrada al ver la forma de su abuela en camisa de dormir. Ella le dijo:
"
Abuela, ¡
qué brazos tan grandes tienes!"
"
Es para abrazarte mejor, hija mía"
"
Abuela, ¡
qué piernas tan grandes tienes!"
"
Es para correr mejor, hija mía"
"
Abuela, ¡
qué orejas tan grandes tienes!"
"
Es para oírte mejor, hija mía"
"
Abuela, ¡
qué ojos tan grandes tienes!
"
Es para verte mejor, hija mía"
"
Abuela, ¡
qué dientes tan grandes tienes!"
-"¡
Para comerte mejor!"
Y diciendo estas palabras, este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió.
Moraleja
Aquí vemos que la adolescencia,
en especial de las señoritas,
bien hechas, amables y bonitas
no deben, a cualquiera oír con complacencia,
y no resulta causa de extrañeza
ver que muchas del lobo son la presa.
Y digo el lobo, pues bajo su envoltura
no todos son de igual calaña:
Los hay, con no poca maña,
silenciosos, sin odio ni amargura,
que en secreto, pacientes, con dulzura
van en busca de las damiselas
hasta las casas y en las callejuelas;
más, bien sabemos que los zalameros
entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros.
Había una vez una viuda que tenía dos hijas; la mayor tanto se le asemejaba en el carácter y el rostro, que quien la veía, a su madre miraba; y una y otra eran tan poco amables y tan orgullosas, que no había manera de vivir con ellas. La menor era el exacto retrato de su padre por su dulzura y honestidad, y cuantos la conocían afirmaban que era joven hermosísima de alma y de cuerpo. Como cada cual ama a su semejante, con delirio quería la madre a la mayor y era grande su aversión por la otra, a quien obligaba a comer en la cocina, condenándola a un trabajo incesante.
Veíase obligada la pobre criatura a ir dos veces al día en busca de agua a un punto que distaba más de media legua de la casa, regresando con una enorme jarra llena. Un día que estaba en la fuente, se le acercó una pobre mujer y le rogó que le diese de beber.
-
Con mucho gusto, mi buena madre, le contestó la hermosa joven; levantando la jarra la llenó de agua en el sitio de la fuente donde más cristalina era, y luego la sostuvo presentándola a la anciana para que bebiera con toda comodidad.
Una vez hubo apagado su sed la pobre mujer, le dijo:
-
Eres tan bella, tan hermosa y tan honesta que quiero hacerte un don (porque era un Hada que había tomado la apariencia de una pobre mujer de aldea para ver hasta dónde llegaba la bondad y honestidad de la joven):
Te doy como don, continuó la anciana, que a cada palabra que digas salga de tu boca una flor o una piedra preciosa.
Cuando llegó a su casa, su madre le riñó porque volvía tan tarde de la fuente.
-
Perdón os pido, madre mía, contestó la pobre joven, por haber tardado tanto tiempo.
Al decir estas palabras, le salieron de la boca dos rosas, dos perlas y dos gruesos diamantes.
-¡
Qué veo!
Exclamó la madre llena de admiración. ¡Me parece que te saltan de la boca perlas y diamantes! ¿A qué se debe eso, hija mía?
Fue la vez primera que la llamó hija. La pobre joven le contó candorosamente lo que le había pasado, y mientras habló saltaron diamantes en número infinito de sus labios.
-
Es necesario que envíe mi otra hija a la fuente, dijo la madre.
Mira lo que sale de la boca de tu hermana cuando habla. ¿
No te gustaría poseer el mismo don?
Para alcanzarlo no tienes más que ir por agua a la fuente, y cuando una pobre mujer te pida de beber, complacerla con mucha amabilidad.
-¡
No faltaba más! Exclamó la mayor; ¡
ir yo a la fuente!
-
Quiero que vayas en seguida, ordenó la madre.
Fue a la fuente, pero murmurando durante todo el camino. Se llevó la más hermosa jarra de plata que había en la casa, y en cuanto llegó a la fuente vio salir del bosque una dama magníficamente vestida que le pidió de beber. Era la misma hada que se había aparecido a su hermana, pero esta vez se presentaba con las maneras y vestidos de una princesa, por ver hasta dónde llegaba la maldad de la joven.
-¿
Acaso he venido aquí, le contestó con rudeza la orgullosa, para daros de beber? ¿
Creéis que para eso he traído una jarra de plata?
Aquí está la fuente, si tenéis sed, bebed.
Contestole el hada, sin que sus palabras revelasen irritación:
-
No eres buena, y puesto que tan poca es tu amabilidad, te concedo un don: a cada palabra que pronuncies saldrá de tu boca una culebra o un galápago.
Al regresar a la casa su madre le gritó al mismo verla:
-¿
Y bien, hija mía?
-¿
Y bien, madre mía? Contestó secamente, mientras saltaban de su boca dos víboras y dos galápagos.
- ¡
Cielo santo!, exclamó la madre;
tu hermana tiene de ello la culpa y me la pagará.
Dicho esto corrió detrás de la menor para golpearla, y la pobre joven escapó y se fue al bosque próximo donde se refugió. Hallola el hijo del rey que volvía de caza, y al verla tan hermosa le preguntó qué hacía sola en tal sitio y por qué lloraba.
-¡
Ah, señor, sollozó, mi madre me ha echado de casa!
El hijo del rey, que vio salir de su boca cinco o seis perlas y otros tantos diamantes, le rogó le dijera a qué se debía tal maravilla. Le refirió la joven su aventura de la fuente. El príncipe se enamoró de ella, y considerando que el don que poseía valía más que la dote que pudiese tener otra mujer, la llevó al palacio de su padre y se casó con ella.
En cuanto a la hermana mayor, tanto se hizo aborrecer que su madre la echó fuera; y después de haber andado mucho la desgraciada sin encontrar quien quisiera recibirla, murió en un rincón del bosque.
Moraleja
Con diamantes y dinero
mucho se obtiene en verdad,
pero con dulces palabras
aún se obtiene mucho más.
Otra moraleja
La honradez, tarde o temprano
alcanza su recompensa,
y con frecuencia se logra
cuando en ella no se piensa.