Cuentos Populares Hindúes
Los Cuentos hindúes, tienen sus orígenes en el sentimiento popular y se expresan por medio de consejos, que querían responder a preguntas vitales .
El cuento hindú, expresa el estado de ánimo cultural, que siempre ha buscado la espiritualidad como base de su desarrollo y que está profundamente influenciado por los fundamentos de la religión budista.
Títulos de Cuentos Hindúes Publicados
Títulos de Cuentos Hindúes Publicados
Habia una rana que había vivido siempre en un mísera y estrecha charca, donde había nacido, vivía y pensaba morir. Pasó cerca de su charca otra rana que había vivido siempre en una laguna muy grande. La rana visitante, tropezó y se cayó en la charca. -¿
De dónde vienes? -preguntó la rana de la charca.
-¿
De la laguna?.
-¿
Es grande la laguna?
- ¡
Extraordinariamente grande, inmensa!.
La rana de la charca, se quedó unos momentos muy pensativa y luego preguntó:
-¿
Es la laguna tan grande como mi charca?
-¡
Cómo puedes comparar tu charca con la laguna! ¡
Te digo que la laguna es inmensa, descomunal!.
Pero la rana de la charca, fuera de sí por la ira, aseveró:
- ¡
Mentirosa, no puede haber nada más grande que mi charca!; ¡
nada! ¡
Eres una mentirosa y ahora mismo te echaré de aquí!
Raj vivía en una casita blanca cerca del río Ganges con su esposa, Akba.
Eran muy pobres, pero felices.
Raj se ganaba la vida de encantador de serpientes. Todas las mañanas se dirigia a la plaza del pueblo con su flauta, su esterilla y la serpiente venenosa en una vasija. Al llegar, desenrollaba la esterilla, se sentaba, destapaba la vasija y empezaba a tocar la flauta. Las gentes se acercaban a mirar.
La serpiente, iba sacando lentamente la cabeza de la vasija, contoneándose al ritmo de la música.
Las gentes admiraban al encantador y como sabían que era una serpiente muy venenosa, siempre le echaban monedas, sin acercarse demasiado.
Al caer la tarde Raj dejaba de tocar. La serpiente se guarecía en la vasija y Raj la la tapaba,, enrollaba la esterilla y, con la flauta bajo el brazo, regresaba a su casa.
Una noche, después de cenar, Raj le dijo a su esposa: "
Akba, mañana voy a ir a la ciudad; allí podré tener más público y ganar más dinero".
Raj partió al amanecer. Llegó a la ciudad, se sentó en el mercado y empezó a tocar la flauta: al punto la serpiente salió de la vasija bailando al compás y un gran gentío se congregó a su alrededor. Entre risas y aplausos, le arrojaron montones de monedas de oro. Raj nunca había visto tanto dinero en su vida.
Al anochecer, Raj reunió todo el oro, recogió la vasija, la esterilla y la flauta, y corrió a casa.
No se dio cuenta que había tres ladrones observándole. "
Ese encantador de serpientes tiene un montón de oro. Vamos a robárselo", masculló uno de ellos. Y siguieron a Raj hasta su casa.
Raj mostró a Akba el oro que le habían dado en el mercado. Se puso contentísima: "¡
Somos Ricos! Comeremos en abundancia y podremos comprarnos ropas nuevas", exclamo abrazando a Raj. Después metió el oro en una gran vasija: "Mañana buscaremos un sitio seguro para esconderlo", dijo sin darse cuenta de que los tres ladrones la espiaban desde la ventana.
Aquella noche, cuando ya se habían acostado, Akba oyó un ruido fuera de casa. "¿
Qué ha sido eso Raj?", preguntó alarmada. "
Será un perro callejero, duérmete", contestó Raj entre bostezos. "Estoy preocupada por el oro", dijo Akba. Se levantó de la cama y recogió la vasija de oro. Pero al ver la vasija de la serpiente, pensó: "Esta es igual de valiosa, gracias a la serpiente hemos ganado todo ese oro", y subió ambas al desván, pensando que allí estarían más seguras. Luego regresó a la cama y se quedó dormida.
Fuera, los ladrones cuchicheaban entre ellos. "Esa tonta ha puesto el oro en el desván", dijo uno de ellos. "
Tendremos que subirnos unos a los hombros de los otros para llegar a la ventana", dijo otro. "Yo soy el más pequeño.
Me subiré encima de los otros dos, me colaré por la ventana y os pasaré la vasija".
Intentando hacer el menor ruido posible, los ladrones llevaron a cabo su plan.
El ladrón más pequeño se apoderó de la vasija, y todos se apresuraron a regresar a su guarida.
"¡
Somos ricos, somos ricos!", celebraban dando brincos.
Uno de ellos levantó la tapa de la vasija para mirar el dinero, pero en lugar de oro se encontró una serpiente venenosa.
"¡
Sálvese quien pueda!", gritó. Los tres ladrones se asustaron tanto que salieron disparados de su guarida, camino del bosque, y nunca más se los volvió a ver.
A la mañana siguiente, Raj subió las escaleras para llevar de nuevo la serpiente a la ciudad. "
Aquí sólo hay una vasija", dijo llamando a Akba. "Alguien ha debido robar la otra". Akba levantó la tapa de la vasija y miró dentro.
Estaba lleno de oro. "¡
Han robado la vasija equivocada, vaya sorpresa se van a llevar!", rió Akba.
Raj desenrolló la esterilla fuera de la casa, se sentó y empezó a tocar la flauta. Al poco rato, la serpiente se acercó zigzagueando. Raj la recogió y la metió en la vasija, todo listo para una jornada.
En el bosque habitaban el rey de los cuervos y el rey de los búhos, ambos con sus respectivos ejércitos de cuervos y búhos. Siempre habían vivido en paz.
Pero, un cierto día el rey de los cuervos y el rey de los búhos se encontraron y comenzaron a intercambiar impresiones. El rey de los cuervos preguntó:
-¿
Por qué tú y tu ejército de búhos trabajáis por la noche? El búho, sorprendido, replicó:
-¡
Sois vosotros los que trabajáis por la noche. Nosotros trabajamos de día. Así que no mientas!.
Y los dos reyes, se enzarzaron en una discusión, ambos convencidos de que trabajaban de día. La discusión fue a más y estuvo a punto de desembocar en una guerra, pues ya estaban dispuestos para entrar en combate el ejército de los buhos contra el de los cuervos.
Quiso la suerte aparecer y en el momento más crítico, apareció por allí un apacible cisne que, al enterarse de la disputa, dijo:
- ¡
Calmaos todos, queridos compañeros!.
Y dirigiéndose a los reyes, dijo:
-
No debéis en absoluto pelear, porque los dos tenéis razón. Desde vuestra perspectiva, los dos trabajáis de día.
El Maestro dice:
Debido a diferentes enfoques de la realidad aparente, ideologías y ficticias divisiones, surgen las disputas y las guerras, el malestar y el dolor.
Había una vez, en un
país muy lejano, una preciosa una abeja, llena de alegría y vitalidad. Un día, muy soleado,
salió volando de flor en flor y embriagándose con el néctar, se fue alejando imprudentemente de su colmena más de lo aconsejable, haste que cayo la noche. Justo cuando el sol se estaba ocultando, se hallaba ella deleitándose con el dulce néctar de un loto. Al hacerse la oscuridad, el loto se plegó sobre sí mismo y se cerró, quedando la abeja atrapada en su interior. Despreocupada, ésta dijo para sí:
-
No importa. Pasaré aquí toda la noche y no dejaré de libar este néctar maravilloso. Mañana, en cuanto amanezca, iré en busca de mis familiares y amigos para que vengan también a probar este manjar tan agradable. Seguro que les va a hacer muy felices.
La noche cayó por completo y pronto apareció un enorme elefante hambriento, que iba engullendo todo aquello que se hallaba a su paso.
La abeja, ignorante de todo lo que sucediera en el exterior y cómodamente alojada en el interior del loto, seguía libando y pensaba para si misma:
-!
Qué néctar tan fantástico, tan dulce, tan delicioso!
-¡
Esto es maravilloso!
No sólo traeré aquí a todos mis familiares, amigos y vecinos para que lo prueben, sino que me dedicaré a fabricar miel y podré venderla y obtener mucho dinero a cambio de ella y adquirir todas las cosas que me gustan en el mundo.. Súbitamente, tembló el suelo a su lado. El elefante engulló el loto y la abeja, apenas tuvo tiempo de pensar:
¡
Éste es mi fin. Me muero!.
El Maestro dice:
Sólo existe la seguridad del aquí-ahora. Aplícate al instante, haz lo mejor que puedas en el momento y no divagues.
Había en un lejano país, un hombre muy rico, que tenia un hijo pequeño, al que amaba profundamente. Un día tuvo que partir, para hacer unos negocios y se quedo el hijo, solo en casa.
Las desgracias nunca vienen solas y unos bandidos, se enteraron de la partida del hombre y aprovecharon su ausencia para robar la casa. Al niño lo capturaron y lo llevaron con ellos y después le prendieron fuego a la casa para no dejar huellas.
Enterado de la desgracia el hombre regreso apresuradamente y busco a su hijo por todas partes, al final de tanto buscar, encontró, entre las cenizas de su casa unos huesecillos que supuso que eran de su hijo.
Con ternura infinita, los introdujo en un saquito que se colgó al cuello, junto al pecho, convencido de que aquéllos eran los restos de su hijo.
Unos días más tarde, el niño logró escapar de los perversos bandoleros y tras poder averiguar dónde estaba la nueva casa de su padre, corrió hasta ella e insistentemente llamó a la puerta de la nueva casa de su padre.
-¿
Quién es? -preguntó el padre.
-
Soy tu hijo -contestó el niño. -
No, no puedes ser mi hijo -repuso el hombre, abrazándose al saquito que colgaba de su cuello:
-¡
Mi hijo ha muerto!.
-
No, padre, soy tu hijo.
Conseguí escapar de los bandoleros. - Respondió el hijo.
-¡
Vete!, ¿
me oyes?
Vete y no me molestes -ordenó el hombre, sin abrir la puerta y aprisionando el saquito de huesos contra su pecho, repetía: ¡
Mi hijo está conmigo!.
-¡
Padre, escúchame; soy yo!. - Respondió el hijo.
-¡
He dicho que te vayas! -replicó el hombre-. ¡
Mi hijo murió y está conmigo!. ¡
Vete!
Y no dejaba de abrazar el saquito de huesos.
El Maestro dice:
El apego, ¿te deja ver?, ¿te deja oír?, ¿te deja comprender? El apego te aferra a lo irreal e ilusorio y cierra tus oídos a lo Real y Trascendente.
El rey de los monos, se enteró de que estaba Buda predicando la Enseñanza y raudo corrió hacia él y le dijo:
-
Señor, me extraña que siendo yo el rey de los monos, no hayáis enviado a alguien a buscarme para conocerme.
- ¡
Señor, yo soy el rey de los monos y tengo un gran poder!.
El Buda guardó el noble silencio, mostrando una leve sonrisa. El rey de los monos, se mostraba descaradamente arrogante y fatuo.
-
No lo dudéis, señor -agregó el rey de los monos -,
soy el más fuerte, el más rápido, el más resistente y el más diestro. Por eso soy el rey de los monos. Si no lo creéis, ponedme a prueba. No hay nada que no pueda hacer. Si lo deseáis, viajaré al fin del mundo para demostrároslo.
El Buda seguía en silencio, pero escuchándolo con atención. El rey de los monos añadió:
- Ahora mismo partiré hacia el fin del mundo y luego regresaré de nuevo hasta vos.
Y partió. Días y días de viaje,cruzando mares, desiertos, dunas, bosques, montañas, canales, estepas, lagos, llanuras, valles... Finalmente, llegó a un lugar en el que se encontró con cinco columnas y, allende las mismas, sólo un inmenso abismo. Se dijo a sí mismo:
-
No cabe duda, he aquí el fin del mundo.
Entonces inicio el regreso y de nuevo surcó desiertos, dunas, valles... Por fin, llegó de nuevo a su lugar de partida y se encontró frente al Buda.
-
Ya estoy aquí -dijo arrogante-.
Habrás comprobado, señor, que soy el más intrépido, hábil, resistente y capacitado. Por este motivo soy el rey indiscutible de los monos.
El Buda se limitó a decir:
-
Mira dónde te encuentras.
El rey de los monos, estupefacto, se dio entonces cuenta de que estaba en medio de la palma de una de las manos del Buda y de que jamás había salido de la misma. Había llegado hasta sus dedos, que tomó como columnas, y más allá sintió el abismo, fuera de la mano del Bienaventurado, que jamás había abandonado.
El Maestro dice:
¿
Adónde pueden conducirte tu engreimiento y fatuidad que no sea al abismo?