Cuentos Populares Hindúes
Los Cuentos hindúes, tienen sus orígenes en el sentimiento popular y se expresan por medio de consejos, que querían responder a preguntas vitales .
El cuento hindú, expresa el estado de ánimo cultural, que siempre ha buscado la espiritualidad como base de su desarrollo y que está profundamente influenciado por los fundamentos de la religión budista.
Títulos de Cuentos Hindúes Publicados
Títulos de Cuentos Hindúes Publicados
Iba por una sinuosa carretera y a gran velocidad, un vehículo deportivo conducido por un muy hombre borracho.
De repente, perdió el control del vehículo
y se salió de la carretera, precipitándose a una charca pestilente de aguas fecales.
Al ver el accidente, acudieron varias personas a socorrerle. Por suerte, no sufrió graves daños y salió bañado y desprendiendo el insoportable olor de las aguas fecales. Tampoco podía ocultar su borrachera y, entonces, uno de sus auxiliadores le dijo:
- ¿
Pero hombre, Vd. no leído el célebre tratado de Pera Tráfico, que explica los efectos perjudiciales del alcohol en la conducción..?
Y el conductor ebrio, tambaleándose y sin dejar de hipar, tartamudeó:
-
Yo, soy Pera Tráfico.
Una mujer, deshecha en lágrimas, se acercó hasta Buda y, con voz angustiada y entrecortada, le explicó:
-
Señor, una serpiente venenosa ha picado a mi hijo y va a morir. Dicen los médicos, que no pueden hacer nada y va a morirse..
-
Buena mujer, ve a ese pueblo cercano y toma un grano de mostaza negra de aquella casa en la que no haya habido ninguna muerte. Me lo traes y curaré a tu hijo.
Sin dilación, la mujer se fue al pueblo y lo recorrio de casa en casa, inquiriendo si había habido alguna muerte. No encontro ninguna casa donde no se hubiera producido alguna muerte. Así que no pudo pedir el grano de mostaza y llevárselo al Buda.
-
Señor, no he encontrado ni una sola casa en la que no hubiera habido alguna muerte.- Dijo la afligida mujer al Buda.
-¿
Te das cuenta, buena mujer?
Es inevitable.
Anda, ve junto a tu hijo y, cuando muera, entierra su cadáver.
Respondió el Buda, con ternura
Era un discípulo honesto y de buen corazón, pero todavía su mente era un juego de luces y sombras y no había recobrado la comprensión amplia y conciliadora de una mente sin trabas.
Como su motivación era sincera, estudiaba sin cesar y comparaba credos, filosofías y doctrinas. Realmente llegó a estar muy desconcertado al comprobar la proliferación de tantas enseñanzas y vías espirituales. Así, cuando tuvo ocasión de entrevistarse con su instructor espiritual, dijo:
-
Estoy confundido. ¿
Acaso no existen demasiadas religiones, demasiadas sendas místicas, demasiadas doctrinas, si la verdad es una?
-¡
Qué dices, insensato!
Cada hombre es una enseñanza, una doctrina.- Respondió su maestro con firmeza.
Es sabido que todos los ogros viven en Ceylán y que todas sus vidas están en un solo limón.
Un ciego corto el limón con un cuchillo y murieron todos los ogros.
Un buscador occidental llegó a Calcuta. En su país, había recibido noticias de un elevado maestro espiritual llamado Baba Gitananda. Después de un agotador viaje en tren de Delhi a Calcuta, en cuanto abandonó la abigarrada estación de la ciudad, se dirigió a un cooli para preguntarle sobre Baba Gitananda. El cooli nunca había oído hablar de este hombre.
El occidental preguntó a otros coolíes, pero tampoco habían escuchado nunca ese nombre. Por fortuna, y finalmente, un cooli, al ser inquirido, le contestó:
-
Sí, señor, conozco al maestro espiritual por el que preguntas.
El extranjero contempló al cooli.
Era un hombre muy sencillo, de edad avanzada y aspecto de pordiosero.
-¿Estás seguro de que conoces a Baba Gitananda? -preguntó, insistiendo.
-
Sí, lo conozco bien -repuso el cooli.
-
Entonces, llévame hasta él.
El buscador occidental, se acomodó en el carrito y el cooli comenzó a tirar del mismo. Mientras era transportado por las atestadas calles de la ciudad, el extranjero se decía para sus adentros: "
Este pobre hombre no tiene aspecto de conocer a ningún maestro espiritual y mucho menos a Baba Gitananda. Ya veremos dónde termina por llevarme".
Después de un largo trayecto, el cooli se detuvo en una callejuela tan estrecha por la que apenas podía casi pasar el carrito. Jadeante por el esfuerzo y con voz entrecortada, dijo:
-
Señor, voy a mirar dentro de la casa. Entra en unos instantes.
El occidental, estaba realmente sorprendido. ¿
Le habría conducido hasta allí para robarle o, aún peor, incluso para que tal vez le golpearan o quitaran la vida? Era en verdad una callejuela inmunda. ¿
Cómo iba a vivir allí Baba Gitananda ni ningún mentor espiritual? Vaciló e incluso pensó en huir. Pero, recurriendo a todo su coraje, se decidió a bajar del carrito y entrar en la casa por la que había penetrado el cooli. Tenía miedo, pero trataba de sobreponerse.
Atravesó un pasillo que desembocaba en una sala que estaba en semipenumbra y donde olía a sándalo. Al fondo de la misma, vio la silueta de un hombre en meditación profunda. Lentamente se fue aproximando al yogui, sentado en posición de loto sobre una piel de antílope y en actitud de meditación.
¡Cuál no sería su sorpresa al comprobar que aquel hombre era el cooli que le había conducido hasta allí! A pesar de la escasa luz de la estancia, el occidental pudo ver los ojos amorosos y calmos del cooli, y contemplar el lento movimiento de sus labios al decir:
-¡
Yo soy Baba Gitananda. Aquí me tienes, amigo mío!.
Ésta es la historia de un loro muy contradictorio. Desde hacía un buen número de años vivía enjaulado, y su propietario era un anciano al que el animal hacía compañía. Cierto día, el anciano invitó a un amigo a su casa a deleitar un sabroso té de Cachemira.
Los dos hombres pasaron al salón donde, cerca de la ventana y en su jaula, estaba el loro. Se encontraban los dos hombres tomando el té, cuando el loro comenzó a gritar insistente y vehementemente:
-¡
Libertad, libertad, libertad!
No cesaba de pedir libertad. Durante todo el tiempo en que estuvo el invitado en la casa, el animal no dejó de reclamar libertad. Hasta tal punto era desgarradora su solicitud, que el invitado se sintió muy apenado y ni siquiera pudo terminar de saborear su taza. Estaba saliendo por la puerta y el loro seguía gritando: "¡
Libertad, libertad!"
Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en el loro. Tanto le atribulaba el estado del animalillo, que decidió que era necesario ponerlo en libertad. Tramó un plan. Sabía cuándo dejaba el anciano su casa para ir a efectuar la compra. Iba a aprovechar esa ausencia y a liberar al pobre loro.
Un día después, el invitado se apostó cerca de la casa del anciano y, en cuanto lo vio salir, corrió hacia su casa, abrió la puerta con una ganzúa y entró en el salón, donde el loro continuaba gritando: "¡
Libertad, libertad!" Al invitado se le partía el corazón. ¿
Quién no hubiera sentido piedad por el animalito? Presto, se acercó a la jaula y abrió la puertecilla de la misma. Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla. El loro seguía gritando: "¡
Libertad, libertad!"
El devoto, se arrodilló para ser iniciado en el discipulado, y el gurú le susurró al oído el sagrado mantra, advirtiéndole que no se lo revelara a nadie.
-¿
Y qué ocurrirá si lo hago? -preguntó el devoto.
-
Aquel a quien reveles el mantra -le dijo el gurú-,
quedará libre de la esclavitud, de la ignorancia y del sufrimiento. Pero tú quedarás excluido del discipulado y te condenarás.
Tan pronto hubo escuchado aquellas palabras, el devoto salió corriendo hacia la plaza del mercado, congregó a una gran multitud en torno a él, y repitió a voz en cuello el sagrado mantra para que lo oyeran todos.
Los discípulos se lo contaron más tarde al gurú y pidieron que aquel individuo fuera expulsado del monasterio, por desobediente.
El gurú sonrió y dijo:
-
No necesita nada de cuanto yo pueda enseñarle. Con su acción, ha demostrado ser un gurú con todas las de la ley.
Al atardecer, un pastor se disponía a conducir el rebaño al establo. Entonces contó sus ovejas y, muy alarmado, se dio cuenta de que faltaba una de ellas. Angustiado, comenzó a buscarla durante horas, hasta que se hizo muy avanzada la noche. No podía hallarla y empezó a llorar desesperado. Entonces, un hombre que salía de la taberna y que pasó junto a él, le miró y le dijo:
-
Oye, ¿
por qué llevas una oveja sobre los hombros?