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Ciberbares
Los cuentos anónimos, son narraciones orales, que generalmente pasaban de los abuelos a los nietos o eran divulgadas por lo trovadores populares, que pronto hacían suyas, las canciones, historias y leyendas que habían escuchado, pasando de boca en boca y modificándose continuamente, hasta que fueron recogidas y publicados en formato escrito por algún estudioso.
En alguna de las narraciones, puede percibirse, que detrás de ella hubo un autor, que ha quedado en el olvido.
Nos encontramos con varias temáticas que han dado lugar a múltiples cuentos: Los extraídos de Las Mil y Una Noches, como son Alí Babá y los Cuarenta ladrones, Aladino y la Lámpara maravillosa; los derivados de leyendas orientales o de las mitologías de las distintas culturas, con personajes como dragones, faunos y hadas; los basados en personajes épicos medievales, tales como: Rolando, las huestes de Carlomagno, los Caballeros del rey Arturo, el Cid, Amadís y otras historias con personajes con raíces indígenas, como: Pocahontas, la mujer araña, Caupolicán, Atahualpa.


Cuentos Populares Anónimos

La carreta sin bueyes

Abuela y nietas leyendo cuentosEn un lugar muy lejano, vivía en un caserío, un opuesto joven muy creyente. Cercano a su caserío, también vivía una joven, que realmente era una bruja. La bruja, se enamoro del joven, que inicialmente la rechazaba, pero al final sucumbía ante sus artes y trucos amatorios, convirtiéndose en cómplice de las artes de la bruja.
Pasado los años, el joven sufrió una enfermedad incurable. Sintiendo, que llegaba su ultima hora, le pidió a la bruja que si moría, le prometiese que celebraría la misa de difuntos en la Iglesia del lugar. La bruja, accedió al deseo de su esposo.
Al poco tiempo, el esposo falleció y tal como le había prometido en vida, la bruja fue a solicitarle al cura, la celebración de los santos oficios en la Iglesia. El cura, conocedor de las artes de brujería, que empleaban, se negó a la celebración de la misa del difunto en la Iglesia.
La negativa encendió la ira de la bruja, que prometió la celebración por las buenas o por las malas.
Para ello, puso la caja del muerto en la carreta, unció los bueyes, cogió el machete de su marido y su escoba y ordeno que partieran raudos hacia la Iglesia. No tardaron en llegar, pero en la puerta de la Iglesia, estaba el cura, que les dijo:
- ¡En el nombre de Dios, detenganse!.
Los bueyes, pararon en seco, y fueron perdonados, la bruja blasfemaba contra todo lo sagrado.
Después de un rato desaparecieron y todavía vagan por el mundo. Algunas noches, se oyen las ruedas de la carreta sin bueyes, con la caja del muerto, pasando por las calles del pueblo y los insultos y blasfemias de la bruja.


Los ladrones arrepentidos

Abuela y nietas leyendo cuentosHabía una vez un ermitaño que vivía en soledad en una ermita perdida en el monte y que se alimentaba de lo que buenamente encontraba en el campo; cuando no se cuidaba de su alimento, se dedicaba a la oración, que le llevaba la mayor parte de su tiempo. Vivía de esta manera tan sencilla y escondida porque era hombre que nunca había pecado, ni de obra ni de pensamiento, y Dios, complacido con él, le envió un ángel para que todos los días le dejara un pan en la ermita, mientras el buen hombre dormía.
Hasta que un día, en el que se había alejado bastante de su ermita, se cruzó en su camino con una pareja de guardias que conducían a un preso y el ermitaño le dijo al preso:
-Así os veis los que ofendéis a Dios. La justicia os castiga y luego vuestra alma se la lleva el diablo. Entonces Dios se ofendió mucho por el comentario del ermitaño, ya que a aquel hombre lo llevaban preso sin culpa alguna y, para mostrar su enfado, le dijo al ángel que no volviera a llevarle más pan.
Cuando a la mañana siguiente el ermitaño vio que el ángel no le había dejado pan, tal y como le ordenase Dios, comprendió que había cometido alguna falta y se echó a llorar, apesadumbrado.
Entonces vino el ángel trayendo una rama de zarza seca y le dijo:
-Dios te castiga por tu imprudencia, pues el preso al que acusaste ayer era inocente. No te traigo ya pan sino una rama de zarza seca, que habrás de llevar siempre contigo y la usarás de cabecera cuando duermas; Dios no te perdonará hasta que broten de la zarza tres ramas verdes. Y desde ahora no vivirás del pan ni de los frutos del campo, sino que habrás de abandonar esta ermita y comer de lo que obtengas por limosna. Apenas el ángel hubo dicho esto, la ermita desapareció, y con ella el ángel; y entonces el ermitaño sintió la soledad como un peso horrible, y volvió a llorar con gran amargura.
El ermitaño, iba de pueblo en pueblo, pidiendo limosna y, cuando dormía, se ponía la zarza como almohada.
Así vivía, hasta que un día se le empezó a echar la noche encima sin avistar casa, ni pueblo, ni aldea y ya desesperaba de encontrar un lugar donde dormir cuando alcanzó a ver una luz en la lejanía y se apresuró hacia ella con el ánimo de cobijarse aquella noche.
Cuando llegó a la luz, vio que provenía de una cueva y el ermitaño gritó desde la boca:
Ave María! A sus gritos salió una vieja, que le preguntó que deseaba y él le dijo que sólo buscaba un rincón donde echarse para pasar la noche. Pero aquella cueva, era una cueva de ladrones y la vieja le aconsejó que se fuera, porque si venían los ladrones lo matarían, para que no los denunciase.
Pero al ver el cansancio y la soledad del ermitaño, la vieja se compadeció de él, porque además era una noche muy oscura, y lo escondió en el fondo de la cueva, donde no lo vieran los ladrones, que nunca llegaban hasta allí. En esto llegaron los ladrones cargados de sacos, talegos y cofres, porque aquel día habían hecho un robo muy grande y era tanto el botín que decidieron llevarlo al fondo de la cueva. Y allí vieron al ermitaño y lo cogieron y lo sacaron afuera y el jefe de los ladrones le preguntó a la vieja, quién era ese hombre y qué hacia escondido en el fondo de la cueva. Y la vieja le contestó:
-Es un pobre que pide limosna, andaba perdido y vino buscando cobijo, pero mañana al hacerse el día se irá.
Estúpida vieja! - dijo el jefe de la banda -. Mañana cuando se vaya correrá a escape a denunciarnos, pero yo lo he de matar ahora mismo. Sacó su puñal para matar al ermitaño y la vieja, gimiendo y llorando, le pidió que no lo hiciera.
No lo mates, que es un buen hombre y no dirá nada! Entonces el ermitaño se adelantó hacia el capitán y dijo:
-Déjale que haga lo que quiera, mujer, que será designio de Dios. Porque yo vivía en una ermita solo y apartado y dedicado a la oración y porque ofendí a un preso que era inocente llamándole ladrón, Dios me ha castigado a vagar por el mundo viviendo de limosna y no me perdonará hasta que no broten tres ramas verdes de esta zarza seca que llevo conmigo.
Al escuchar esto, dijo el jefe de los bandidos:
-Vuélvete a tu rincón y mañana, apenas amanezca, te vas de aquí sin mirar atrás.
El ermitaño se fue a acostar y los ladrones se quedaron pensativos.
Y la vieja dijo:
-Si Dios le ha castigado nada más que por un mal pensamiento ¿qué no hará con nosotros, que somos ladrones?
Los ladrones, empezaron a pensar y recapacitar en lo que habían escuchado, hasta que el jefe de la banda les mandó acostarse a todos. A la mañana siguiente, apenas amaneció, fue el jefe de la banda a ver si el ermitaño se había ido y lo encontró muerto en su rincón, con la cabeza apoyada en la zarza seca, a la que le habían brotado tres ramas verdes. Llamó a los demás ladrones y les dijo que allí mismo quedaba deshecha la partida. Los ladrones y la vieja se arrodillaron y se arrepintieron de todo lo malo que habían hecho hasta entonces, luego hicieron un hoyo a la entrada de la cueva y enterraron en él al ermitaño y la zarza y, dejando todos sus tesoros en la cueva, se marcharon cada uno por su lado para llevar otra vida. Y la zarza echó las tres ramas fuera y creció y se enmarañó tanto que cubrió por completo la entrada de la cueva y nadie volvió a saber de ella.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.





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