Los cuentos anónimos, son narraciones orales, que generalmente pasaban de los abuelos a los nietos o eran divulgadas por lo trovadores
populares, que pronto hacían suyas, las canciones, historias y leyendas que habían escuchado, pasando de boca en boca y modificándose continuamente, hasta que fueron recogidas y publicados en formato escrito por algún estudioso.
En alguna de las narraciones, puede percibirse, que detrás de ella hubo un autor, que ha quedado en el olvido.
Nos encontramos con varias temáticas que han dado lugar a múltiples cuentos: Los extraídos de Las Mil y Una Noches, como son Alí Babá y los Cuarenta ladrones, Aladino y la Lámpara maravillosa; los derivados de leyendas orientales o de las mitologías de las distintas culturas, con personajes como dragones, faunos y hadas; los
basados en personajes épicos medievales, tales como: Rolando, las huestes de Carlomagno, los Caballeros del rey Arturo, el Cid, Amadís y otras historias con personajes con raíces indígenas, como: Pocahontas, la mujer araña, Caupolicán, Atahualpa.
Cuentos Anónimos
Erase una vez, un padre que tenía una hija muy hermosa, pero terca y decidida. Esto a él no le parecía mal. Un día se presentaron tres jóvenes, a cual más apuesto, y los tres le pidieron la mano de su hija; el padre, después de que hubo hablado con ellos, dijo que los tres tenían su beneplácito y que, en consecuencia, fuera su hija la que decidiese con cuál de ellos se quería casar.
Así, le preguntó a la niña y ella le contestó que con los tres.
-
Hija mía -dijo el buen hombre-,
comprende que eso es imposible. Ninguna mujer puede tener tres maridos.
-
Pues yo elijo a los tres -contestó la niña tan tranquila.
El padre volvió a insistir:
-
Hija mía, ponte en razón y no me des más quebraderos de cabeza. ¿
A cuál de ellos quieres que le conceda tu mano?
-
Ya te he dicho que a los tres -contestó la niña.
Y no hubo manera de sacarla de ahí.
El padre se quedó dando vueltas en la cabeza al problema, que era un verdadero problema y, a fuerza de pensar, no halló mejor solución que encargar a los tres jóvenes que se fueran por el mundo a buscar una cosa que fuera única en su especie; y aquel que trajese la mejor y la más rara, se casaría con su hija.
Los tres jóvenes se echaron al mundo a buscar y decidieron reunirse un año después a ver qué había encontrado cada uno. Pero por más vueltas que dieron, ninguno acabó de encontrar algo que satisficiera la exigencia del padre, de modo que al cumplirse el año se pusieron en camino hacia el lugar en el que se habían dado cita con las manos vacías.
El primero que llegó se sentó a esperar a los otros dos; y mientras esperaba, se le acercó un viejecillo que le dijo que si quería comprar un espejito.
-¿
Para qué quiero yo el espejito -dijo el joven-
si es viejo, vulgar y corriente.?
Entonces el viejecillo le dijo que el espejo era pequeño y modesto, sí, pero que tenía una virtud, y era que en él se veía a la persona que su dueño deseara ver. El joven hizo una prueba y, al ver que era cierto lo que el viejecillo decía, se lo compró sin rechistar por la cantidad que éste le pidió.
El que llegaba el segundo venía acercándose al lugar de la cita cuando le salió al paso el mismo viejecillo y le preguntó si no querría comprarle una botellita de bálsamo.
-¿
Para qué quiero yo un bálsamo -dijo el joven-
si en todo el mundo no he encontrado lo que estaba buscando?
Y le dijo el viejecillo:
-
Ah, pero es que este bálsamo tiene una virtud, que es la de resucitar a los muertos.
En aquel momento pasaba por allí un entierro y el joven, sin pensárselo dos veces, se fue a la caja que llevaban, echó una gota del bálsamo en la boca del difunto y éste, apenas la tuvo en sus labios, se levantó tan campante, se echó al hombro el ataúd y convidó a todos los que seguían el duelo a una merienda en su casa. Visto lo cual, el joven le compró al viejecillo el bálsamo por la cantidad que éste le pidió.
El tercer pretendiente, entretanto, paseaba meditabundo a la orilla del mar, convencido de que los otros habrían encontrado algo donde él no encontrara nada. Y en esto vio llegar sobre las olas una barca que se llegó hasta la orilla y de la que descendieron numerosas personas. Y la última de esas personas era un viejecillo que se acercó a él y le dijo que si quería comprar aquella barca.
-¿
Y para qué quiero yo esa barca -dijo el joven-
si está tan vieja que ya sólo ha de valer para hacer leña?
-
Pues te equivocas -dijo el viejecillo-,
porque esta barca posee una rara virtud y es la de llevar en muy poco tiempo a su dueño y a quienes le acompañen a cualquier lugar del mundo al que deseen ir. Y si no, pregunte a estos pasajeros que han venido conmigo, que hace tan sólo media hora estaban en Roma.
El joven habló con los pasajeros y descubrió que esto era cierto, así que le compró la barca al viejecillo por la cantidad que éste le pidió.
Conque al fin se reunieron los tres en el lugar de la cita, muy satisfechos, y
el primero contó que traía un espejo en el que su dueño podía ver a la persona que desease ver; y para probarlo pidió ver a la muchacha de la cual estaban los tres enamorados, pero cuál no sería su sorpresa cuando vieron a la niña muerta y metida en un ataúd.
Entonces dijo el segundo:
-
Yo traigo aquí un bálsamo que es capaz de resucitar a los muertos, pero de aquí a que lleguemos ya estará, además de muerta, comida por los gusanos.
Y dijo el tercero:
-
Pues yo traigo una barca que en un santiamén nos pondrá en la casa de nuestra amada.
Corrieron los tres a embarcarse y, efectivamente, al poco tiempo echaron pie a tierra muy cerca del pueblo de la niña y fueron en su busca.
Allí estaba ya todo dispuesto para el entierro y el padre, desconsolado, aún no se decidía a cerrar el ataúd y dar la orden de enterrarla.
Entonces llegaron los tres jóvenes y fueron a donde yacía la niña; y se acercó el que tenía el bálsamo y vertió unas gotas en su boca. Y apenas las tuvo sobre sus labios, la niña se levantó feliz y radiante.
Todo el mundo celebró con alborozo la acción del pretendiente y en seguida decidió el padre que éste era el que debería casarse con su hija, pero entonces los otros dos protestaron, y dijo el primero:
-
Si no hubiese sido por mi espejo, no hubiéramos sabido del suceso y la niña estaría muerta y enterrada.
Y dijo el de la barca:
-
Si no llega a ser por mi barca, ni el espejo ni el bálsamo la hubieran vuelto a la vida.
Así que el padre, con gran disgusto, se quedó de nuevo meditando cuál habría de ser la solución. Y la niña, dirigiéndose a él, le dijo entonces:
-¿Lo ve usted, padre, como me hacían falta los tres?
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado.
Había una vez, un padre y una madre, que eran muy pobres y tenían tres hijos pequeños. Como las desgracias nunca vienen solas, el padre cayo enfermo y tuvo que dejar de trabajar. La madre se puso a buscar el sustento, pero no encontraba trabajo y no sabiendo qué hacer, tuvo que salir a pedir limosna. Anduvo todo el día de acá para allá pidiendo limosna y cuando ya caía la noche, solo había conseguido una moneda.
Entonces, fue a comprar comida, pero la moneda no era suficiente para comprar la comida de toda la familia. Desesperada, pensó:
-¿
Para qué quiero esta moneda, si no puedo llevar comida para toda la familia?
Pues, lo que voy a hacer, es pagar una misa con esta moneda que he sacado?.
Y una vez que lo pensó, se pregunto:
-¿
Y por quién diré la misa?
Así que le estuvo dando vueltas al asunto y al cabo del rato, dijo:
-
Le voy a encargar al cura, que diga una misa por el alma más necesitada.
Si más dilación y con muchas penas, se fue a buscar al cura, le entregó la moneda y le dijo:
-
Padre, quería que dijese una misa por el alma más necesitada.
Triste y abatida, se dirigía a su casa y no dejaba de pensar en su marido y en sus hijos, que la esperaban. Durante este trayecto, se cruzó con un señor muy puesto que le preguntó:
-¿
Dónde va usted, señora?
Y ella le contestó:
-
Voy para mi casa.
Mi marido está muy enfermo, somos muy pobres y tenemos tres hijos. Llevo todo el día pidiendo, pero no me dieron lo bastante para comprar la comida para todos y como no me llegaba, me fui a ver al señor cura, para encargarle una misa por el alma más necesitada.
Entonces, aquel señor sacó un papel y escribió en él un nombre y le dijo a la mujer:
-
Vaya usted, a donde dicen estas señas y dígale a la señora, que le dé a usted colocación en la casa.
La mujer, no se lo pensó dos veces y se encaminó a donde le había dicho aquel señor, para solicitar la colocación.
Llegó a la casa que le habían dicho y llamó a la puerta, hasta que salió una criada, que le preguntó:
-¿
Qué desea Vd.?
-
¿ Quiero hablar con la señora?. Contesto la mujer pobre
La criada, entro en casa y se fue adentro a buscar a la señora y le dijo, que en la puerta había una pobre que pedía hablar con ella. La señora de la casa, salió a la puerta y la mujer pobre le dijo:
-
Señora, he visto en la calle a un señor que me habló y me dijo que usted me daría una colocación en la casa.
-¿
Y quién era ese señor?. - preguntó la señora.
La puerta abierta de la casa, dejaba ver un amplio salón, donde había colgado un cuadro.
Entonces la pobre, que estaba en la puerta, miró dentro de la casa y vio que en la sala había un retrato del que la había enviado allí y dijo:
-
¿Ese señor, es el que está en el retrato, ése es, el que me ha enviado aquí?.
-¡
Ése es el retrato de mi hijo, que murió hace ya cuatro años!. Respondió la señora
-¡
Pues ése, es el que me ha enviado aquí, señora! -contestó la mujer sin dudarlo.
-¿
Y cómo es que se lo encontró usted?. Pregunto la señora.
-¡
Señora, mi marido y yo somos muy pobres y tenemos tres hijos que mantener. Mi marido ha caído enfermo y no tenemos qué comer, yo salí esta mañana a pedir limosna y sólo junté una moneda y con eso no tenía bastante para comprar comida para mi familia y le di la moneda al cura, para que dijera una misa por el alma más necesitada. Cuando volvía de la iglesia, me encontré a ese señor, que resulta ser su hijo. Me pregunto que me pasaba y le conté lo mismo, que le he contado a usted y me escribió este papel y me dijo que viniera aquí¡.- Relato la mujer pobre.
La señora, escucho la narración de la mujer atentamente, comprendió lo que su hijo le pedía, haciendo pasar a la mujer pobre a casa, le dio la colocación, que había solicitado su hijo muerto. Además le dio comida, para que se lo llevara a su familia y le encargó que volviera al día siguiente y los demás días para servir en la casa. Pasados cinco días, la señora tuvo una visión, en la que se le aparecía su hijo muerto y le decía:
-¡
Madre, no me llores más y no vuelvas a rezar por mí, que ya estoy glorioso y en presencia de Dios!.
Fue la misa de la mujer, la que le permitió pagar sus culpas en el Purgatorio y ahora había subido al Cielo.