Cuentos de los Hermanos Grimm
Los cuentistas conocidos como
Hermanos Grimm, eran: Jacob Grimm (1785-1863) y su hermano Wilhelm (1786-1859) nacidos en Hanau, Hesse (Alemania). Fueron profesores de la Universidad de Gotinga, los despidieron en 1837 por protestar contra el rey Ernesto Augusto I de Hannover e invitados al año siguiente por Federico Guillermo IV de Prusia, como profesores en la Universidad Humboldt de Berlin.
Entre sus obras destacan:
- Kinder- und Hausmärchen (Cuentos para la infancia y el hogar),compuesto de dos volúmenes publicados en 1812 y 1815, que fue ampliado en 1857 y se conoce popularmente como:
Cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Entre sus títulos figuran:
Blancanieves,
Caperucita Roja,
La bella durmiente,
La Cenicienta,
El príncipe rana,
El sastrecillo valiente,
Hansel y Gretel,
Pulgarcito,
Rapunzel,
El lobo y los siete cabritos,
El gato con botas...
- Leyendas alemanas.
- Silva de romances viejos. Una colección de romances españoles comentados.
- Diccionario de etimologías y ejemplos de uso del léxico alemán (Deutsches Wörterbuch), que consta de 33 tomos.
I
Había un zapatero que, a consecuencia de muchas desgracias, llegó a ser tan pobre, que no le quedaba más cuero que para un solo par de zapatos. Por la noche, el zapatero, corto el cuero, para hacer los zapatos por la mañana.
El zapatero, era hombre de buena conciencia, se acostó tranquilamente, rezó y se durmió. Al levantarse al otro día, fue a ponerse a trabajar, pero encontró encima de la mesa el par de zapatos hecho. Grande fue su sorpresa, pues ignoraba cómo había podido realizarse. Tomó los zapatos, los miró por todas partes y estaban tan bien hechos, que no tenían falta ninguna: eran una verdadera obra maestra.
Entró en la tienda un comprador, al que agradaron tanto aquellos zapatos, que los pagó en doble de su precio y el zapatero pudo procurarse con este dinero cuero para dos pares más. Los cortó también por la noche y los dejó preparados para hacerlos al día siguiente, pero al despertar los halló también concluidos; tampoco le faltaron compradores entonces, y con el dinero que sacó de ellos pudo comprar cuero para otros cuatro pares. A la mañana siguiente, los cuatro pares estaban también hechos, y por último, toda la obra que cortaba por la noche la hallaba concluida a la mañana siguiente, de manera que mejoró su fortuna y casi llegó a hacerse rico:
Una noche cerca de Navidad, cuando acababa de cortar el cuero e iba a acostarse, le dijo su mujer:
-
¿Vamos a quedarnos esta noche en vela, para ver quiénes son los que nos ayudan de esta manera?.
El marido consintió en ello, y dejando una luz encendida, se escondieron en un armario, detrás de los vestidos que había colgados en él, y aguardaron para ver lo que iba a suceder. Cuando dieron las doce de la noche, entraron en el taller dos lindos enanitos completamente desnudos, se pusieron en la mesa del zapatero y tomando con sus pequeñas manos el cuero cortado, comenzaron a trabajar con tanta ligereza y destreza, que nunca había visto nada igual. Trabajaron infatigablemente, hasta que finalizaron los zapatos, y desaparecieron de repente.
Al día siguiente le dijo la mujer:
-
Esos enanitos, nos han enriquecido; es necesario manifestarnos reconocidos con ellos. Deben estar muertos de frío, teniendo que andar casi desnudos, sin nada con que cubrirse el cuerpo; ¿no te parece que le haga a cada uno, una: camisa, casaca, chaleco y pantalones, y además un par de medias? ¿Hazles tú también, a cada uno un par de zapatos?.
El marido aprobó esta ideapor la noche, cuando estuvo todo concluido, colocaron estos regalos en vez del cuero cortado encima de la mesa, y se ocultaron otra vez para ver cómo los tomaban los enanos. Iban a ponerse a trabajar al dar las doce, cuando en vez de cuero hallaron encima de la mesa los lindos vestiditos. En un principio, manifestaron su asombro, que pronto se convirtió en una grande alegría. Los enanitos se pusieron los vestidos y comenzaron a cantar.
Después empezaron a saltar y a bailar encima de las sillas y de los bancos, y por último, se marcharon bailando.
Desde aquel momento no se los volvió a ver más; pero el zapatero continuó siendo feliz el resto de su vida, y todo lo que emprendía le salía bien.
II
Había una vez una pobre criada que era muy limpia y trabajadora; barría la casa todos los días y sacaba la basura a la calle. Una mañana al ponerse a trabajar, encontró una carta en el suelo, y como no sabía leer colocó la escoba en un rincón y se la llevó a sus amos: era una invitación de los enanos mágicos que la convidaban a ser madrina de uno de sus hijos. Ignoraba qué hacer, pero al fin, después de muchas vacilaciones, aceptó, porque la dijeron que era peligroso el negarse.
Vinieron a buscarla tres enanos y la condujeron a una cueva que habitaban en la montaña. Todo era allí sumamente pequeño, pero tan bonito y tan lindo, que era cosa digna de verse. La recién parida, estaba en una cama de ébano incrustada de perlas, con cortinas bordadas de oro; la cuna del niño era de marfil y su baño de oro macizo. Después del bautizo, la criada deseaba volver enseguida a su casa, pero los enanos la suplicaron con instancia que permaneciese tres días con ellos. Los pasó en festejos y diversiones, pues estos pequeños seres, la hicieron una brillante acogida.
Al cabo de los tres días quiso volverse decididamente: la llenaron los bolsillos de oro y la condujeron hasta la puerta de su subterráneo. Al llegar a casa de sus amos, quiso ponerse a trabajar porque encontró la escoba en el mismo sitio en que la había dejado. Pero halló en la casa, personas extrañas, que la preguntaron quién era y lo que quería. Entonces supo que no había permanecido tres días como creía, sino siete años enteros en casa de los enanos y que durante este tiempo habían muerto sus amos.
III
Un día quitaron los enanos a una mujer su hijo que estaba en la cuna, y pusieron en lugar suyo un pequeño monstruo que tenía una cabeza muy grande y unos ojos muy feos, y que quería comer y beber sin cesar. La pobre madre, fue a aconsejarse de su vecina, la que la dijo que debía llevar el monstruo a la cocina, ponerle junto al fogón, encender lumbre a su lado, hacer hervir agua en dos cáscaras de huevo y que esto haría reír al monstruo, y si se reía una vez se vería obligado a marcharse.
La mujer siguió el consejo de su vecina. En cuanto vio a la lumbre, las cáscaras de huevo llenas de agua, exclamó el monstruo.
Yo no he visto nunca
aunque soy muy viejo,
poner a hervir agua
en cáscaras de huevo.
Y partió dando risotadas.
Enseguida vinieron una multitud de enanos, que trajeron al verdadero niño, le depositaron en la chimenea y se llevaron su monstruo consigo.
Había en una ocasión un matrimonio, que deseaba hacía mucho tiempo tener un hijo, hasta que al fin dio la mujer esperanzas de que el Señor quería se cumpliesen sus deseos. En la alcoba de los esposos había una ventana pequeña, cuyas vistas daban a un hermoso huerto, en el cual se encontraban toda clase de flores y legumbres. Se hallaba empero rodeado de una alta pared, y nadie se atrevía a entrar dentro, porque pertenecía a una hechicera muy poderosa y temida de todos. Un día estaba la mujer a la ventana mirando al huerto en el cual vio un cuadro plantado de ruiponches, y la parecieron tan verdes y tan frescos, que sintió antojo por comerlos. Creció su antojo de día en día y, como no ignoraba que no podía satisfacerle, comenzó a estar triste, pálida y enfermiza. Asustado el marido y la preguntó:
-¿
Qué pasa, querida esposa?
-¡
Oh! - le contestó -
si no puedo comer ruiponches de los que hay detrás de nuestra casa, me moriré de seguro.
El marido que la quería mucho, pensó para sí.
-
Antes de consentir en que muera mi mujer, la traeré el ruiponche, y sea lo que Dios quiera.
Al anochecer saltó las paredes del huerto de la hechicera, cogió en un momento un puñado de ruiponche, y se lo llevó a su mujer, que hizo enseguida una ensalada y se lo comió con el mayor apetito. Pero la supo tan bien, tan bien, que al día siguiente, tenía muchas más ganas todavía de volverlos a comer, no podía tener descanso si su marido no iba otra vez al huerto. Fue por lo tanto al anochecer, pero se asustó mucho, porque estaba en él la hechicera.
-¿
Cómo te atreves, le dijo encolerizada, a venir a mi huerto y a robarme mi ruiponche como un ladrón? ¿
No sabes que puede venirte una desgracia?
-¡
Ah! -la contestó-
perdonad mi atrevimiento, pues lo he hecho por necesidad. Mi mujer ha visto vuestro ruiponche desde la ventana, y se le ha antojado de tal manera que moriría si no lo comiese.
La hechicera, le dijo entonces deponiendo su enojo:
-
Si es así como dices, coge cuantos ruiponche quieras, pero con una condición: Tienes que entregarme el hijo que dé a luz tu mujer. Nada le faltará, y le cuidaré como si fuera su madre..
El marido, se comprometió con pena, y en cuanto vio la luz su hijo le presentó a la hechicera, que puso a la niña el nombre de
Rapunzel (que significa
ruiponche) y se la llevó.
Rapunzel, era la criatura más hermosa que ha habido bajo el sol. Cuando cumplió doce años, la hechicera la encerró en una torre que había en un bosque muy espeso. La torre no tenía escalera ni puerta, sino únicamente una ventana muy pequeña y alta. Cuando la hechicera quería entrar se ponía debajo de ella y decía:
Rapunzel, Rapunzel,
echa tus cabellos
subiré por ellos.
Pues Rapunzel tenía unos cabellos muy largos y hermosos y tan finos como el oro hilado. Apenas oía la voz de la hechicera, desataba su trenza, la dejaba caer desde lo alto de su ventana, que se hallaba a más de veinte varas del suelo y la hechicera subía entonces por ellos.
Mas sucedió, trascurridos un par de años, que pasó por aquel bosque el hijo del rey y se acercó a la torre en la cual oyó un cántico tan dulce y suave que se detuvo escuchándole. Era Rapunzel, que pasaba el tiempo de su soledad entreteniéndose en repetir con su dulce voz las más agradables canciones. El hijo del rey hubiera querido entrar, y buscó la puerta de la torre, pero no pudo encontrarla. Se marcho a su casa, pero el cántico había penetrado de tal manera en su corazón, que iba todos los días al bosque a escucharle. Estando uno de ellos bajo un árbol, vio que llegaba una hechicera, y la oyó decir:
Rapunzel, Rapunzel,
echa tus cabellos
subiré por ellos.
Rapunzel dejó entonces caer su cabellera y la hechicera subió por ella.
Si es esa la escalera por que se sube, dijo el príncipe, quiero yo también probar fortuna.
Y al día siguiente, cuando empezaba a anochecer se acercó a la torre y dijo:
Rapunzel, Rapunzel,
echa tus cabellos
subiré por ellos.
Enseguida cayeron los cabellos y subió el hijo del rey. Al principio se asustó Rapunzel cuando vio entrar un hombre, pues sus ojos no habían visto todavía ninguno, pero el hijo del rey comenzó a hablarla con la mayor amabilidad, y la refirió que su cántico había conmovido de tal manera su corazón, que desde entonces no había podido descansar un solo instante y se había propuesto verla y hablarla. Desapareció con esto el miedo de Rapunzel y cuando la preguntó si quería casarse con él, y vio que era joven y buen mozo, pensó entre sí:
-
Le querré mucho más que a la vieja hechicera.
Le dijo que sí, y estrechó su mano con la suya, añadiendo:
-
De buena gana me marcharía contigo, pero ignoro cómo he de bajar; siempre que vengas tráeme cordones de seda con los cuales iré haciendo una escala, y cuando sea suficientemente larga, bajaré, y me llevarás en tu caballo.
Convinieron en que iría todas las noches, pues la hechicera iba por el día, la cual no notó nada hasta que la preguntó Rapunzel una vez:
-
Dime, abuelita ¿cómo es que tardas tanto tiempo en subir, mientras el hijo del rey llega en un momento a mi lado?
-¡
Ah, pícara! - la contestó la hechicera - ¡
Qué es lo que oigo! ¡
Yo que creía haberte ocultado a todo el mundo, y me has engañado!
Cogió encolerizada los hermosos cabellos de Rapunzel, los dio un par de vueltas a su mano izquierda, tomó unas tijeras con la derecha, y tris, tras, los cortó, cayendo al suelo las hermosas trenzas, y llegó a tal extremo su furor que llevó a la pobre Rapunzel a un desierto, donde la condenó a vivir entre lágrimas y dolores.
El mismo día en que descubrió la hechicera el secreto de Rapunzel, tomó por la noche los cabellos que la había cortado, los aseguró a la ventana, y cuando vino el príncipe dijo:
Rapunzel, Rapunzel,
echa tus cabellos
subiré por ellos,
los encontró colgando. El hijo del rey subió entonces, pero no encontró a su querida Rapunzel, sino a la hechicera, que le recibió con la peor cara del mundo.
-¡
Hola! -le dijo burlándose-
vienes a buscar a tu queridita, pero el pájaro no está ya en su nido y no volverá a cantar; le han sacado de su jaula y tus ojos no le verán ya más.
Rapunzel, es cosa perdida para ti, no la encontrarás nunca.
El príncipe sintió el dolor más profundo y en su desesperación saltó de la torre; tuvo la fortuna de no perder la vida, pero las zarzas en que cayó le atravesaron los ojos. Comenzó a andar a ciegas por el bosque, no comía más que raíces y hierbas y sólo se ocupaba en lamentarse y llorar la pérdida de su querida amante. Vagó así durante algunos años en la mayor miseria, hasta que llegó al final desierto donde vivía Rapunzel en continua angustia. Oyó su voz y creyó conocerla; fue derecho hacia ella, la reconoció apenas la hubo encontrado, se arrojó a su cuello y lloró amargamente. Las lágrimas que derramaron sus ojos, les devolvieron su antigua claridad y volvió a ver como antes. La llevó a su reino donde fueron recibidos con grande alegría, y vivieron muchos años dichosos y contentos.
Un pobre labrador tenía un asno que le había servido lealmente durante muchos años, pero cuyas fuerzas se habían debilitado, de manera que ya no servía para el trabajo.
El amo pensó en desollarle para aprovechar la piel, pero el asno, comprendiendo que el viento soplaba de mala parte, se escapó y tomó el camino de Brema.
-
Allí, - dijo-
podré hacerme músico de la banda municipal.
Después de haber andado por algún tiempo, encontró en el camino un perro de caza, que ladraba como un animal cansado de una larga carrera.
-¿
Por qué ladras así, camarada? -le dijo.
-¡
Ah! -contestó el perro -
porque soy viejo, voy perdiendo fuerzas de día en día, y no puedo ir a cazar, mi amo ha querido matarme; yo he tomado las de Villadiego; pero ¿cómo me arreglaré para buscarme la vida?.
-
No tengas cuidado - repuso el asno -
yo voy a Brema para hacerme músico de la ciudad; ven conmigo y procurare que te reciban también en la banda. Yo tocaré la trompa, y tú tocarás los timbales.
El perro aceptó y continuaron juntos su camino. Un poco más adelante encontraron un gato echado en el camino con una cara bien triste, porque hacía tres días que estaba lloviendo.
-¿
Qué tienes, viejo bigotudo? -le dijo el asno.
-
Cuando está en peligro la cabeza, no tiene uno muy buen humor, respondió el gato; porque mi edad es algo avanzada, mis dientes están un poco gastados, y me gusta más dormir junto al hogar que correr tras los ratones, mi amo ha querido matarme, me he salvado con tiempo; pero ¿qué he de hacer ahora?, ¿adónde he de ir?.
-
Ven con nosotros a Brema, tú entiendes muy bien la música nocturna, y te harás como nosotros músico de la banda municipal.
Agradó al gato el consejo y partió con ellos. Nuestros viajeros pasaron bien pronto por delante de un corral, encima de cuya puerta había un gallo que cantaba con todas sus fuerzas.
-¿
Por qué cacareas de esa manera? -dijo el asno.
-
Estoy anunciando el buen tiempo, - contestó el gallo -
y como mañana es domingo hay una gran comida en casa, y el ama sin la menor compasión ha dicho a la cocinera que me comerá con el mayor gusto con arroz, y esta noche tiene que retorcerme el pescuezo. Así he gritado con todas mis fuerzas, no sin cierta satisfacción, viendo que respiro todavía.
-
Cresta roja, - dijo el asno -
vente con nosotros a Brema; en cualquier parte encontrarás una cosa algo mejor que la muerte. Tú tienes buena voz, y cuando cantemos juntos, haremos un concierto admirable.
Agradó al gallo la propuesta y echaron a andar los cuatro juntos; pero no podían llegar en aquel día a la ciudad de Brema; al anochecer pararon en un bosque, donde decidieron pasar la noche. El asno y el perro se colocaron debajo de un árbol muy grande; el gato y el gallo ganaron su copa, y el gallo voló todavía para colocarse en lo más elevado, donde se creía más seguro. Antes de dormirse, cuando paseaba sus miradas hacia los cuatro vientos, le pareció ver a lo lejos como una luz y dijo a sus compañeros que debía haber alguna casa cerca, pues se distinguía bastante claridad.
-
Siendo así, contestó el asno, desalojemos y marchemos deprisa hacia ese lado, pues esta posada no es muy de mi gusto.
A lo cual añadió el perro:
-
En efecto, no me vendrían mal algunos huesos con su poco de carne.
Se dirigieron hacia el punto de donde salía la luz; no tardaron en verla brillar y agrandarse, hasta que al fin llegaron a una casa de ladrones muy bien iluminada.
El asno, que era el más grande de todos, se acercó a la casa y miró dentro.
-¿
Qué ves, rucio? -le preguntó el gallo.
-¿
Que qué veo? -dijo el asno.
Una mesa llena de manjares y botellas y alrededor los ladrones, que según parece no se dan mal trato.
-¡
Qué buen negocio sería ese para nosotros! -añadió el gallo.
-
De seguro, repuso el asno; ¡ah!, ¡si estuviéramos dentro!
Comenzaron a idear un medio para echar de allí a los ladrones y al fin le encontraron. El asno se puso debajo, colocando sus pies delanteros encima del poyo de la ventana; el perro montó sobre la espalda del asno, el gato trepó encima del perro, y el gallo voló y se colocó encima de la cabeza del gato. Colocados de esta manera, comenzaron todos su música a una señal convenida. El asno comenzó a rebuznar, el perro a ladrar, el gato a maullar y el gallo a cantar, después se precipitaron por la ventana dentro del cuarto rompiendo los vidrios, que volaron en mil pedazos. Los ladrones, al oír aquel espantoso ruido, creyeron que entraba en la sala algún espectro y escaparon asustados al bosque. Entonces los cuatro compañeros se sentaron a la mesa, se arreglaron con lo que quedaba y comieron como si debieran ayunar un mes.
Apenas hubieron concluido los cuatro instrumentistas, apagaron las luces y buscaron un sitio para descansar cada uno conforme a su gusto. El asno se acostó en el estiércol, el perro detrás de la puerta, el gato en el hogar, cerca de la ceniza caliente, el gallo en una viga, y como estaban cansados de su largo viaje, no tardaron en dormirse. Después de media noche, cuando los ladrones vieron desde lejos que no había luz en la casa y que todo parecía tranquilo, les dijo el jefe de la banda:
-
No hemos debido dejarnos derrotar de esa manera.
Y mandó a uno de los suyos que fuese a ver lo que pasaba en la casa. El enviado lo halló todo tranquilo; entró en la cocina y fue a encender la luz; cogió una pajuela y como los inflamados y brillantes ojos del gato le parecían dos ascuas, acercó a ellos la pajuela para encenderla; mas como el gato no entendía de bromas, saltó a su cara y le arañó bufando. Espantado de pánico, corrió hacia la puerta para huir, mas el perro, que estaba echado detrás de ella, se tiró a él y le mordió una pierna; cuando pasaba por el corral al lado del estiércol, el asno le soltó un par de coces, mientras el gallo, despierto cantaba: ¡qui qui ri qui! -desde lo alto de una viga.
El ladrón corrió a toda prisa hacia donde estaba su capitán y le dijo:
-
Hay en nuestra casa una horrorosa hechicera que me ha arañado, bufando, con sus largas uñas; junto a la puerta se halla un hombre armado de un enorme cuchillo, que me ha atravesado la pierna; se ha aposentado en el patio un monstruo negro que me ha aporreado con los golpes de su maza, y en lo alto del techo se ha colocado el juez que gritaba:
-¡
Traédmele aquí, traédmele aquí, delante de mí! - por lo que he creído debía huir.
Desde entonces no se atrevieron los ladrones a entrar más en la casa, y los cuatro músicos de Brema se hallaban tan bien en ella que no quisieron abandonarla.
Un labrador tenía un hijo tan grande como el dedo pulgar. No crecía, y aunque pasarón muchos años, su estatura no se aumentó ni en un solo dedo. Un día que iba su padre a trabajar al campo, le dijo el pequeñito:
-¿
Padre, quiero ir contigo?.
-¿
Venir conmigo? dijo el padre; ¡
quédate ahí!
Fuera de casa no servirías más que para incomodar; y además podrías perderte.
Pero el enano se echó a llorar, y por tener paz, el padre lo metió en su bolsillo y le llevó consigo. En cuanto llegó a la tierra que iba a arar, le sentó en un surco recién abierto.
Estando allí, se apareció un gigante muy grande que venía del otro lado de las montañas:
-
Mira, el coco - le dijo su padre -
que quería meter miedo a su hijo para que fuera más obediente; viene a cogerte. Pero el gigante, que había oído esto, llegó en dos pasos al surco, cogió al enanito y se lo llevó sin decir una palabra . El padre, mudo de asombro, no tuvo fuerzas ni para dar un grito. Creyó perdido a su hijo, y no esperó volverle a ver más.
El gigante lo llevó a su casa, y le crió por sí mismo, y el enanito tomó de repente una gran estatura, creció y llegó a ser parecido a un gigante. Al cabo de dos años el gigante fue con él al bosque, para probarle, le dijo:
Cógeme una varitaa.
El muchacho era ya tan fuerte, que arrancó de la tierra un arbolito con raíces. Pero, el gigante se propuso que creciera todavía más, y llevándosele consigo, le crió todavía durante otros dos años. Al cabo de este tiempo, habían aumentado de tal modo sus fuerzas, que arrancaba de la tierra un árbol aunque fuera muy viejo. Esto no era aún suficiente para el gigante; le crió todavía durante otros dos años, al cabo de los cuales fue con él al bosque, y le dijo:
-¿
Cógeme un palo de un tamaño regular?.
El joven arrancó de la tierra la encina mayor del bosque, que dio un horrible estallido, no siendo este esfuerzo más que un juego para él.
-¡
Está bien, dijo el gigante, ya ha concluido tu educación!.
-Y le llevó a la tierra donde le había cogido. Hallábase ocupado en labrar su padre, cuando se acercó a él el joven gigante y le dijo:
-¡
Ya estoy aquí, padre mío, y hecho todo un hombre!. El labrador, asustado, exclamó:
-¡
No, tú no eres mi hijo, yo no te quiero; márchate!.
-¡
Sí, yo soy vuestro hijo. Dejadme trabajar en lugar vuestro. Yo araré tan bien o mejor que UD..
-¡
No, no, tú no eres mi hijo, y tú no sabes arar; márchate!.
Pero, como tenía miedo al coloso, dejó el arado y se puso a alguna distancia. Entonces, el joven, cogiendo la reja con una sola mano, se apoyó encima con tal fuerza, que se hundió profundamente en la tierra. El labrador, empezo gritarle:
-¡
Si quieres arar, no debes profundizar tanto, pues te saldrá muy mal el trabajo!.
El joven desenganchó entonces los caballos y se enganchó al arado, diciendo a su padre:
-¡
Id a casa, y decid a mi madre que me prepare una comida abundante; entretanto acabaré de arar esta tierra. El labrador fue a su casa y se lo dijo todo a su mujer. En cuanto al joven gigante, aró toda la tierra, que tendría muy bien dos fanegas, por sí solo, y enseguida la rastrilló arrastrando dos rastrillos a la vez. Cuando hubo concluido fue al bosque, arrancó dos encinas que se echó al hombro, y colgando en la una los dos rastrillos, y en la otra los dos caballos, lo llevó todo a casa de sus padres con la misma facilidad que si fuera una paja.
Cuando entró en el patio, su madre, que no le conocía, exclamó:
-¿
Quién es ese horrible gigante?
-¡
Es nuestro hijo!- dijo el labrador.
-
No, - dijo ella -
no es nuestro hijo; nuestro hijo, ha muerto ya. Nosotros no hemos tenido nunca ninguno tan grande: el nuestro era muy pequeñito.
Y dirigiéndose a él:
-Márchate, le gritó; nosotros no te queremos. El joven, permanecio en silencio.
Llevó los caballos a la cuadra, les dio heno y avena y los cuidó perfectamente. Después, cuando hubo concluido, entró en el cuarto, y sentándose en el banco:
-
Madre,- dijo -
tengo hambre, ¿
está pronto la comida?
-
Sí, - respondió ella-
y puso delante de él dos platos muy grandes, llenos hasta arriba, y que hubieran bastado para comer ella y su marido durante ocho días.
El joven se comió todo; enseguida preguntó si había algo más.
-
No; eso es todo lo que tenemos.
-
Eso apenas ha bastado para abrirme el apetito; necesito algo más.
-
La madre no se atrevió a negarse: puso a la lumbre una marmita muy grande, llena de tocino y se lo sirvio cuanto estuvo cocido.
-
Bien, - dijo el joven -
ahora ya se puede comer algo.
Y se lo comio todo, sin que se sintiese saciada el hambre. Entonces dijo a su padre:
-
Veo que en casa no hay lo que necesito para comer. Buscadme una barra de hierro, bastante fuerte, que no se rompa encima de mi rodilla y me iré a correr el mundo.
El labrador estaba admirado. Enganchó los dos caballos al carro y trajo de la fragua una barra de hierro tan grande y tan gruesa que apenas podían arrastrarla los dos caballos.
El joven la cogió y la rompió en su rodilla como si fuese una paja. El padre, enganchó cuatro caballos, y trajo otra barra de hierro, mucho más gruesa y fuerte que la primera. Pero su hijo la rompió también encima de la rodilla, diciendo:
-
Esta tampoco vale nada, traedme otra más gruesa. El padre, enganchó por último ocho caballos y trajo una que apenas podían arrastrarla. En cuanto la cogió el joven en la mano, rompió un poco de una punta; y dijo a su padre:
-
Veo que no podéis procurarme una barra de hierro como la que necesito. Me marcho de casa.
Se fue a recorrer el mundo y se hizo herrero. Llegó a una ciudad, donde había un herrero muy avaro, que no daba nunca nada a nadie y quería guardárselo todo para él solo. Se presentó en la fragua y le pidió trabajo. El maestro se admiró de ver un joven tan vigoroso, y contó con que daría buenos martillazos y ganaría bien su dinero. ¿
Cuánto quieres de jornal? Le preguntó.
-
Nada,-respondió el joven-
pero cada quincena, cuando pagues a los demás quiero darte dos puñetazos, que quedarás obligado a recibir.
El avaro quedó muy satisfecho del contrato, que le ahorraba mucho dinero. Al día siguiente, el joven fue el que dio el primer martillazo, cuando el maestro llevó la barra de hierro, ardiendo; la dio tal golpe, que el hierro se rompió, y saltó, y el yunque se hundió tan profundamente en el suelo que no pudieron volverle a sacar. El maestro, incomodado, le dijo:
No sirves para el oficio, porque pegas muy fuerte; ¿
qué quieres que te dé por ese martillazo que has pegado?
-
No quiero más, que darte un puñetazo, uno solo.
Y le dio tal puñetazo, que le hizo saltar por encima de cuatro carros de heno. Después buscó la barra de hierro más gruesa que pudo hallar en la fragua, y cogiéndola como un bastón, continuó su camino.
Un poco más lejos llegó á una granja, y preguntó a su dueño si necesitaba algún criado.
-
Sí- le respondió -
necesito uno.
Tú me pareces un muchacho muy vigoroso y que sabes ya tu obligación. ¿
cuanto quieres de salario?
Le respondió que no quería salario y se contentaba con darle todos los años tres trompis, que se obligaría a recibir. El extranjero se alegró mucho de este contrato porque era también muy avaricioso.
Al día siguiente el amo decidio ir a buscar madera al bosque, los otros criados estaban ya de pie, pero nuestro joven se hallaba aun en la cama. Uno de ellos le gritó:
-
Levántate, que ya es hora, vamos al bosque y es preciso que vengas con nosotros.
-
Id delante, -le contestó bruscamente -
yo estaré de vuelta mucho antes que vosotros.
Los otros fueron a buscar al amo y le dijeron que el criado nuevo estaba todavía acostado y no quería ir con ellos al bosque. El amo les dijo que fueran a despertarle otra vez y le dieron orden de enganchar los caballos. Pero el joven les volvió a responder:
-
Id delante, que yo estaré de vuelta antes que vosotros.
Todavía estuvo acostado dos horas más; por fin, seal cabo de este tiempo se levantó y después de haber cogido dos fanegas de guisantes y hacerse un buen cocido, que comió tranquilamente, enganchó los caballos para conducir la carreta al bosque. Para llegar a este sitio, había que pasar por un camino que se hallaba en una hondonada; hizo pasar primero la carreta, después, deteniendo los caballos volvió atrás, cubrió el camino con árboles y malezas, de modo que no era posible pasar. Cuando entró en el bosque, los otros volvían ya con sus carretas cargadas, y les dijo:
-
Id delante, que yo estaré en casa antes que vosotros. Sin más, arranco dos árboles enormes que echó en su carreta, y después se volvió por el mismo camino. Cuando los halló detenidos y sin poder pasar delante de los árboles que había preparado con aquel objeto les dijo:
-
Si esta mañana os hubierais quedado en casa, como yo, habríais dormido una hora más, y no regresariais esta noche otra más tarde.
Y como no podían avanzar sus caballos, los desenganchó, los puso encima de la carreta, y cogiendo él mismo la lanza en la mano, cargó con todo como si fuera un puñado de plumas. Cuando estuvo al otro lado:
Mirad, -les dijo-
como llego mucho antes que vosotros; y continuó su camino sin aguardarlos. Al llegar, cogió un árbol en la mano, y se lo enseñó al amo, diciendo:
¿
No es este un hermoso tronco?
El amo dijo a su mujer:
Este es un buen criado, se levanta más tarde que los demás y está de regreso antes que ellos.
Sirvió al granjero durante un año. Cuando éste expiró y recibieron su salario los otros criados, quiso también cobrarse el suyo. Pero el amo, atemorizado a la perspectiva de los golpes que tenía que recibir, le suplicó en el acto se los perdonase, declarándole que prefería ser él mismo su criado y cederle la granja.
-
No, - le respondió -
yo no quiero la granja, soy criado, y quiero continuar siéndolo, pero lo que se ha convenido debe ejecutarse.
El granjero le ofreció darle todo lo que quisiera, pero fue en vano, pues respondía siempre:
-
No.
Le pidió un plazo de quince días para buscar alguna escapatoria. El joven gigante acepto la propuesta.
El arrendatario, reunió entonces a todos sus criados y les pidió su parecer. Después de haber reflexionado por mucho tiempo, respondieron que con un criado semejante nadie estaba seguro de su vida, y que mataría a un hombre como a una mosca. Entre todos tramaron hacerle bajar al pozo, para que lo limpiase, y en cuanto estuviera abajo, echarle encima de la cabeza una cuantas piedras de molino, que estaban allí cerca, de modo que le matasen.
El consejo agradó al arrendatario y el criado se apresuró a bajar al pozo. En cuanto estuvo en el fondo, le arrojaron aquellas enormes piedras, creyendo que le desharían la cabeza, pero él les gritaba desde abajo:
-
Echad las gallinas de ahí, arañan en la arena, y me cae en los ojos, me han cegado.
El arrendatario hizo ¡spcha! ¡spcha! como si echara las gallinas. Cuando concluyó y subió el criado.
-¡
Mira -le dijo-
qué hermoso collar!.
Había ensartado las piedras de molino que le habían tirado y se habia puesto el collar al cuello.
El criado, seguía exigiendo su salario, pero el arrendatario le pidió otros quince días, decidido a reflexionarlo. Sus criados, le aconsejaron que enviase al joven a un molino encantado, para moler el grano durante la noche, pues nadie había salido vivo al día siguiente. Este consejo agradó al arrendatario, y en el mismo instante envió a su criado al molino a llevar ocho fanegas de trigo y molerlas durante la noche, porque estaban ya haciendo falta. El criado echó dos fanegas de trigo en su bolsillo derecho, dos en el izquierdo, se cargó cuatro en una alforja, dos por delante y dos por detrás, y marchó corriendo al molino. El molinero, le dijo que podía muy moler de día y de noche era imposible, porque todos los que se aventuraban a ello, habían aparecido muertos a la mañana siguiente.
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Pués, yo no moriré; id a acostaros, y dormid sin cuidado.
Y entrando en el molino empezó a moler el trigo como si no se tratase de nada.
Hacia las once de la noche entró en el cuarto del molinero, y se sentó en un banco. Al cabo de un instante se abrió la puerta por sí misma y se vio entrar una mesa muy grande, en la que se colocaron por sí solos una multitud de platos y de botellas llenos de las cosas más exquisitas, sin que pareciera que nadie los llevaba. Las sillas, se colocaron de la mesa, sin que se presentase nadie, pero el joven vio al fin dedos sin mano ni nada que iban y venían a los platos, y manejaban los tenedores y los cuchillos. Como tenía hambre y le olían bien los manjares, se sentó también a la mesa y comió con apetito. Cuando hubo concluido de cenar y los platos vacíos anunciaron que los invisibles habían concluido también, oyó claramente que apagaban las luces y se apagaron todas de repente. Entonces, en la oscuridad, sintió en su mejilla una cosa parecida a un bofetón, y dijo en voz alta:
-
Si empiezas, empiezo yo también.
Recibió sin embargo un segundo y correspondió entonces.
Los bofetones dados y devueltos continuaron toda la noche, y el joven gigante, no se quedó atrás en el juego. Al amanecer cesó todo. Llegó el molinero y se sorprendió de encontrarle vivo.
- ¡
Me han ofrecido todo tipo de viandas y he pasado una noche maravillosa, he recibido bofetones, pero también los he dado!.- Dijo el gigante al molinero
El molinero, se puso muy contento, porque habia roto el hechizo y su molino ya estaba desencantado y quería agradecerselo al joven gigante, dandole mucho dinero.
-¡
No quiero dinero! -le dijo - ¡
tengo más del que necesito!.
El gigante, cargo sobre su espalda los sacos de harina y regreso a la granja, exiguiendo al arrendatario, el pago del salario convenido.
El arrendatario estaba asustado; no podía parar quieto en ningun lugar, iba y venía por el cuarto, y las gotas de sudor le caían por el rostro. Le faltaba la respiración y abrió un poco la ventana para que entrase aire fresco; pero antes que tuviera tiempo de desconfiar. Pero el joven gigante aparecio y le dio un puñetazo, que le hizo salir volando por la ventana, hasta perderse de vista.
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Ahora, le toca a Vd., porque su marido, no ha podido recibir el segundo puñetazo. - Dijo el gigante a la esposa del arrendatario
Pero ella exclamó:
-
¡No, no, a las mujeres no se las pega!. - Exclamó la mujer.
Sudando de miedo, abrio una ventana y el joven gigante le dio un puñetazo, que salio volando, más alto todavía que a su marido, porque era mucho más ligera.
- ¡
Ven conmigo!. - Le gritaba su marido.
-¡
Ven tú conmigo, que yo no puedo ir!. - Le respondía su mujer.
Y continuaron flotando en el aire, sin conseguir reunirse, y quizás sigan flotan aún.
El joven gigante, cogió su barra de hierro y se puso de nuevo en camino.