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Cuentos de los Hermanos Grimm

Hermanos GrimmLos cuentistas conocidos como Hermanos Grimm, eran: Jacob Grimm (1785-1863) y su hermano Wilhelm (1786-1859) nacidos en Hanau, Hesse (Alemania). Fueron profesores de la Universidad de Gotinga, los despidieron en 1837 por protestar contra el rey Ernesto Augusto I de Hannover e invitados al año siguiente por Federico Guillermo IV de Prusia, como profesores en la Universidad Humboldt de Berlin.
Entre sus obras destacan:
- Kinder- und Hausmärchen (Cuentos para la infancia y el hogar),compuesto de dos volúmenes publicados en 1812 y 1815, que fue ampliado en 1857 y se conoce popularmente como: Cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Entre sus títulos figuran: Blancanieves, Caperucita Roja, La bella durmiente, La Cenicienta, El príncipe rana, El sastrecillo valiente, Hansel y Gretel, Pulgarcito, Rapunzel, El lobo y los siete cabritos, El gato con botas...
- Leyendas alemanas.
- Silva de romances viejos. Una colección de romances españoles comentados.
- Diccionario de etimologías y ejemplos de uso del léxico alemán (Deutsches Wörterbuch), que consta de 33 tomos.

La ondina del estanque

Blancanieves Había una vez, hace mucho tiempo, un molinero que vivía feliz con su mujer: tenían dinero, bienes y su propiedad aumentaba de año en año, pero la desgracia, dice el proverbio, viene durante la noche; su fortuna disminuyó de año en año, lo mismo que había aumentado, y las deudas que contrajo tuvo que avalarlas, con el molino. Hallábase muy afligido, y cuando se acostaba por la noche terminado su trabajo, apenas podía descansar, pues sus penas le traian de cabeza y no dejaba de darles una y mil vueltas en la cama.
Una mañana se levantó antes de la aurora y salió para tomar el aire, imaginando que sentíria algún alivio a sus penas. Cuando pasaba cerca de la escalera del molino, comenzaba a apuntar el primer rayo del sol y oyó un ligero ruido en el estanque. Se volvió y distinguió a una mujer muy hermosa, que se elevaba lentamente en medio del agua: sus largos cabellos, que había echado con sus delicadas manos sobre sus espaldas, descendían por ambos lados y cubrían su cuerpo blanco y brillante como la nieve. El molinero, pronto reconocio a la ondina del estanque, e ignoraba en su terror si debía quedarse o huir de allí, pero la ondina dejó oír su dulce voz, le llamó por su nombre y le preguntó por qué estaba tan triste. El molinero, permaneció como mudo en un principio, pero oyéndola hablar con tanta gracia, se animó y le refirió que anteriormente había vivido feliz y rico, y que ahora se había quedado tan pobre que ignoraba qué hacer.
-No tengas cuidado, contestó la ondina; yo te haré más feliz y más dichoso de lo que nunca has sido; mas es preciso que me prometas darme lo que acaba de nacer en tu casa.
-Sin duda será algún perro o algún gato, pensó para sí el molinero y la prometió lo que la pedía.
La ondina, se sumergió en el agua y él volvió corriendo, consolado y alegre, a su molino; aún no había llegado cuando salió la criada de la casa y le dijo que se regocijase, pues su mujer acababa de dar a luz un niño. Quedó el molinero como herido de un rayo, comprendiendo entonces que la maliciosa ondina, sabía lo que pasaba y le había engañado. Se acerco al lecho de su mujer con la cabeza baja, y cuando le preguntó su mujer:
-¿Por qué no te alegras por el nacimiento de nuestro nuevo hijo?. El molinero, le conto a su mujer lo que le había sucedido y la promesa que había hecho a la ondina.
-¿De qué me sirve la prosperidad y las riquezas, añadió, si debo perder a mi hijo?.
-¿Pero qué había de hacer?, sus mismos parientes cuando fueron a felicitarle, no le pudieron dar remedio alguno satisfactorio.
La fortuna volvió sin embargo a la casa del molinero; cuanto emprendía le salía siempre bien, parecía que los baúles y cofres se llenaban por sí mismos y que el dinero se multiplicaba en sus armarios durante la noche; trascurrido algún tiempo, era mucho más rico que antes. Pero no podía gozar de su felicidad, pues la promesa que había hecho a la ondina destrozaba su corazón. Siempre que pasaba cerca del estanque, temía verla subir a la superficie y recordarle su deuda. No dejaba al niño acercarse al agua.
- Ten cuidado -le decía a su hijo - si te acercas alguna vez ahí, saldrá una mano que te cogerá y te arrastrará al fondo.
Sin embargo como los años pasaban uno tras otro, y la ondina no parecía, comenzó a tranquilizarse el molinero.
El niño creció y llegó hacerse un bello mozalbete y le colocaron en casa de un cazador, en cuanto aprendió a cazar y supo bien la profesión, le recibió a su servicio el señor de la aldea, donde había una hermosa y honrada joven que agradó al joven cazador, y cuando lo supo su amo, le regaló una casita, donde vivieron felices y tranquilos amándose de todo corazón.
El joven cazador perseguía un día un corzo; el animal salió del bosque a la llanura, y él le siguió matándole de un tiro. No había notado que se hallaba cerca del peligroso estanque, y en cuanto cogió su presa fue a lavarse las manos llenas de sangre. Pero apenas las había metido en el agua, cuando salió la ondina del fondo, le enlazó sonriendo en sus húmedos brazos, y le arrastró tras sí con tal prontitud, que la ola le cubrió enteramente al cerrarse.
Cuando entrada la noche el cazador no volvía a su casa, su esposa sintió grande inquietud; salió a buscarle y como la había referido algunas veces que tenía que guardarse de las emboscadas de la ondina y que no se atrevía a aventurarse en las cercanías del estanque, sospechó lo que había sucedido. Corrió al estanque, y cuando vio la escopeta a la orilla, no dudó ya de su desgracia: llamó a su marido por su nombre, lamentándose y retorciéndose las manos, pero todo fue en vano; corrió al otro lado del estanque, dirigió a la ondina las injurias más violentas, mas no sintió respuesta alguna. El agua, continuaba tranquila y la luna casi llena la miraba sin hacer el menor movimiento.
La pobre mujer no se separaba del estanque; con precipitados pasos y sin descansar daba vueltas a su alrededor, callando unas veces, dando gritos otras y murmurando algunas en voz baja. Al fin, desfallecida, se sentó en el suelo y cayó en un profundo letargo y pronto comenzó a soñar.
Se veía subir con la mayor inquietud por entre dos masas de rocas; las espinas y las piedras herían sus pies; la luna bañaba su rostro y el viento agitaba sus largos cabellos. Cuando llegó a la cumbre de la montaña, todo cambió de aspecto. El cielo era azul, el aire suave, la tierra descendía en suave pendiente, y en medio de un verde prado, cubiertotodo de flores, vio una bonita cabaña; se acercó a ella y abrió la puerta; en el interior se hallaba sentada una anciana de cabellos blancos, que la hizo una seña con la mayor amabilidad. La pobre mujer, despertó en el mismo instante. Era ya de día y decidió poner en seguida en práctica, lo que su sueño la había aconsejado. Subió la montaña con gran trabajo y encontró todo lo que había visto la noche anterior; la vieja la recibió con mucha bondad y la indicó una silla donde sentarse.
-Sin duda has tenido alguna desgracia, cuando vienes a visitar mi solitaria cabaña. - le dijo la vieja.
La mujer, llorando, le relato lo que le había acontecido a su marido.
-Consuélate, dijo, yo te socorreré. Toma ese peine de oro; espera hasta que llegue la luna llena, entonces vas a la orilla del estanque, te sientas y pasas el peine por tus largos cabellos negros. Cuando hayas concluido, le pones allí al lado y ya verás lo que sucede.
La esposa del cazador regreso a su casa, pero transcurrió mucho tiempo antes de llegar la luna llena; al fin brilló en el firmamento el redondo disco; fue entonces a la orilla del estanque, se sentó y pasó el peine de oro por sus largos cabellos negros, y cuando hubo concluido se sentó junto al agua. Poco después, comenzó a agitarse el fondo, se levantó una ola, rodó hacia la orilla y se llevó el peine. Aún no habría podido tocar al fondo, cuando se abrió el espejo del agua y subió a la superficie la cabeza del cazador; no habló, pero dirigió a su mujer una mirada llena de tristeza. En el mismo instante, se levantó con grande ruido una segunda ola y cubrió la cabeza del cazador. Todo desapareció en seguida, el estanque quedó tranquilo como anteriormente y la faz de la luna volvió a brillar en él.
La esposa se marchó desesperada, pero nuevamente se le apareció en sueños la cabaña de la vieja; a la mañana siguiente se puso en camino y contó su pena a la buena hada. La vieja, le dio una flauta de oro y la dijo:
-Espera hasta la luna llena; entonces, coges esta flauta, te pones a la orilla del estanque, tocas un rato y cuando hayas concluido la dejas en la arena, y verás lo que sucede.
La mujer hizo lo que la había dicho la vieja. Apenas había dejado la flauta en la arena, comenzó a agitarse el fondo del agua, se levantó una ola, se adelantó hacia la orilla y se llevó la flauta. Poco después se entreabrió el agua, y no solo subió a la superficie la cabeza del cazador, sino todo él hasta la mitad de su cuerpo.
Extendió sus brazos hacia ella con ardoroso amor, pero vino una segunda ola con gran estrépito y lo cubrió arrastrándolo nuevamente al fondo.
Ah! - suspiro la desgraciada esposa - ¿de qué me sirve ver a mi amado, si lo vuelvo a perder enseguida? De nuevo su corazón se lleno de tristeza, pero nuevamente un sueño le indicó por tercera vez ir a la cabaña de la anciana. Se puso en camino y el hada la dio una rueca de oro, la consoló y la dijo:
-Todavía hay esperanza: aguarda hasta que llegue la luna llena; entonces tomas la rueca, te colocas en la orilla e hilas hasta que hayas llenado el uso; cuando concluyas, coloca la rueca junto al agua y verás lo que sucede.
La esposa siguió el consejo del hada, punto por punto: en cuanto llegó la luna llena, llevó la rueca de oro a la orilla del agua e hiló con la mayor actividad hasta que hubo hilado todo su lino y el huso lleno de hilo.
Apenas dejó la rueca junto a la orilla, se agito el fondo del agua con más violencia que nunca, se adelantó una ola y se llevó la rueca.
Enseguida subió a la superficie la cabeza y todo el cuerpo del cazador, que saltó en un instante a la orilla, tomó a su mujer de la mano y echaron a correr, pero apenas habían dado algunos pasos, cuando se levantó toda el agua del estanque formando solo una ola y se extendió por la llanura con una violencia irresistible.
Los dos fugitivos veían ya la muerte delante de sus ojos, cuando la mujer, con angustia, llamó a la vieja en su corazón, y en un momento fueron convertidos ella en sapo y él en rana.
La ola que los había alcanzado no pudo acabar con ellos, pero los separó y los llevó muy lejos el uno del otro. Cuando se retiró el agua y pusieron el pie en un terreno seco, volvieron a tomar su forma humana, pero ninguno de los dos sabía lo que había sucedido al otro, se hallaban entre hombres extraños que no conocían su país; los separaban altas montañas y profundos valles. Los dos, se vieron obligados a guardar ovejas para ganar el sustento y durante muchos años, condujeron su ganado por los bosques y los campos, llenos de tristeza y de pesar.
En una ocasión, cuando comenzaban a brotar las flores de la primavera, salieron los dos con sus rebaños el mismo día y la casualidad quiso que marchasen al encuentro el uno del otro. El marido distinguió la pendiente de una montaña y dirigió hacia ella sus ovejas: llegaron juntos al valle, pero no se conocieron y sin embargo se alegraron de no estar solos. Desde entonces, llevaron todos los días sus ganados a pacer juntos; no se hablaban, pero sentían un consuelo desconocido en sus almas.
Una noche, cuando brillaba la luna en el cielo y descansaban ya las ovejas, sacó el pastor la flauta de su zurrón y tocó una sonata muy melodiosa, pero también muy triste; cuando acabó vio que la pastora lloraba amargamente.
-¿Por qué lloras?, le preguntó él a ella.
Ah! - contestó ella - así brillaba la luna cuando toqué por última vez esa sonata en la flauta y apareció en la superficie del agua la cabeza de mi amado.
El pastor, miro a la pastora, la luz de la luna iluminaba su rostro y le pareció que caía un velo de sus ojos, pues reconoció en ella a su amada esposa; ella al sentir la mirada de su amado, también le reconoció.
Se fundieron en un abrazo colmados de felicidad.

La reina de las abejas

CenicientaHace mucho tiempo, habia un rey que tenía dos hijos, que se fueron en busca de aventuras, lanzándose a todos los excesos de la disipación, por lo que no regresaban a su casa paterna.
Su hermano menor, al que llamaban el Simple, fue a buscarlos, pero cuando los encontró comenzaron a burlarse de él, porque en su sencillez pretendía saber dirigirse en un mundo donde se habían perdido ellos dos, ellos dos que tenían mucho más talento que él.
Habiéndose puesto en camino juntos encontraron un hormiguero. Los dos hermanos mayores, querían llenarlo de tierra para divertirse viendo la ansiedad de las hormigas que correrían por todas partes cargadas con sus huevos; pero su hermano el Simple les dijo:
- Dejad en paz a las hormigas; no consentiré que les hagáis daño. Poco después, encontraron un lago en el que nadaba alegremente una bandada de patos. Los dos mayores querían coger un par de ellos para mandarlos asar, pero el menor se opuso diciendo:
- Dejad en paz a esos animales; no consentiré que los mate nadie. Continuaron y distinguieron una colmena de abejas colgada de un árbol y tan llena de miel, que esta corría por el tronco abajo. Los dos mayores, querían prender fuego al árbol para ahumar a las abejas y apoderarse de la miel; pero su hermano el Simple los contuvo, diciéndoles:
- Dejad en paz a esos animales; no consentiré que los queméis. Los tres hermanos llegaron por último a un castillo cuyas caballerizas estaban llenas de caballos convertidos en piedras, y en las que no se veía a nadie. Atravesaron todas las salas y llegaron al fin delante de una puerta cerrada con tres cerraduras. En medio de la puerta había un pequeño postigo por el que se veía una habitación; desde él distinguieron a un hombre de poca estatura y cabellos grises que estaba sentado delante de una mesa. Llamaron una y dos veces sin que les oyera en apariencia; a la tercera se levantó, abrió la puerta y se adelantó hacia ellos; después, sin pronunciar ni una palabra, los condujo a una mesa que estaba llena de toda clase de manjares, y en cuanto hubieron comido y bebido, llevó a cada uno a una alcoba diferente. Por la mañana se presentó el anciano al mayor de los hermanos y le hizó señas para que le siguiera, le condujo delante de una mesa de piedra, en la que estaban escritas las tres pruebas que era necesario hacer para desencantar el castillo.
Consistía la primera en buscar en el musgo, en medio de los bosques, las mil perlas de la princesa que estaban allí sembradas; y si el que las buscaba no las había encontrado todas antes de ponerse el sol sería convertido en piedra. El hermano mayor pasó todo el día buscando las perlas; pero, cuando llegó la noche, apenas había encontrado alguna pocas, y fue convertido en piedra como estaba escrito en la mesa. El hermano segundo, acometió la aventura al día siguiente, pero no fue más afortunado que su hermano mayor; apenas encontró doscientas perlas y fue convertido en piedra. Llegó el turno del tercero, que era el Simple. Comenzó a buscar las perlas en el musgo; pero como esto era muy difícil y muy largo, se sentó en una piedra y se puso, a llorar. Hallábase en esta situación, cuando el rey de las hormigas a quien había salvado la vida llegó con cinco mil de sus súbditos, y estos pequeños animales no necesitaron más que un instante para encontrar todas las perlas y reunirlas en un montón.
La segunda prueba, consistía en sacar la llave del dormitorio de la princesa, que estaba en el fondo del lago. Cuando se acercó el joven, los patos, a quienes habla salvado, salieron a su encuentro, se sumergieron en el agua y le llevaron la llave.
Pero la tercera prueba era la más difícil; consistía en saber cuál era la más joven y la más hermosa de las tres princesas dormidas. Las tres se parecían completamente y la única cosa que las distinguía era que antes de dormirse la mayor había comido un terrón de azúcar, mientras que la segunda había bebido un sorbo de almíbar, y la tercera había tomado una cucharada de miel. Pero la reina de las abejas, a quien había salvado el joven del fuego, vino en su socorro; fue a oler la boca de las tres princesas, y se quedó parada en los labios de la que había comido la miel; el príncipe la reconoció así. Entonces se deshizo el encanto, salió el castillo de su sueño mágico, y todos los que se hallaban convertidos en piedra tomaron la forma humana: El supuesto Simple se casó con la más joven y más hermosa de las princesas, y fue rey después de la muerte de su padre.
En cuanto a sus dos hermanos, se casaron con las otras dos hermanas.

Los doce cazadores

caperucita roja y el lobo Había una vez un príncipe que tenía una novia, a la cual quería mucho; hallábase siempre a su lado y estaba muy contento, pero tuvo noticia de que su padre, que vivía en otro reino, se hallaba mortalmente enfermo, y quería verle antes de morir; entonces dijo a su amada:
- Tengo que marcharme y abandonarte, pero aquí tienes esta sortija en memoria de nuestro amor, y cuando sea rey volveré y te llevaré a mi palacio. Se puso en camino, y cuando llegó al lado de su padre, se hallaba moribundo, y le dirigió estas palabras:
- Querido hijo mío, he querido verte por última vez antes de morir; prométeme casarte con la mujer que te designe. Y le nombró una princesa que debía ser su esposa. El joven estaba tan afligido, que le contestó sin reflexionar:
- Sí, querido padre, cumpliré vuestra voluntad. Y el rey cerró los ojos y murió. Comenzó entonces a reinar el hijo, y trascurrido el tiempo del luto debía cumplir su promesa, por lo que envió a buscar a la hija del rey con la cual había dado palabra de casarse. Cuando de entero su primera novia y sintió mucho su infidelidad, llegando casi a perder la salud. Entonces la preguntó su padre:
- Dime, querida hija, ¿qué te falta?, ¿qué tienes? Reflexionó ella un momento y después contestó:
- Querido padre, quisiera encontrar once jóvenes iguales a mi rostro y estatura. El rey la respondió:
- Se cumplirá tu deseo si es posible. Y mandó buscar por todo su reino once doncellas que fueran iguales a su hija en rostro y estatura. Cuando las hubo encontrado, se vistieron todas de cazadores con trajes enteramente iguales; la princesa se despidió después de su padre y se marchó con sus compañeras a la corte de su antiguo novio; preguntó si necesitaba cazadores y si podían entrar todos en su servicio. El rey la miró y no la conoció; pero como todos eran tan buenos mozos, dijo que sí, que los recibiría con gusto. Y quedaron los doce cazadores a servicio del rey. Pero el rey tenía un león, que era un animal mágico, pues sabía todo lo oculto y secreto, y una noche le dijo:
- ¿Crees que tienes doce cazadores?
- , - contestó el rey - son doce los cazadores.
Pero el león añadió:
- Te engañas, son doce doncellas.
El rey replicó:
- No puede ser verdad; ¿cómo me lo probarás?
- Manda echar guisantes en tu cuarto,- replicó el león - y lo verás con facilidad. Los hombres tienen el paso firme; cuando andan sobre guisantes, ninguno se mueve; pero las mujeres caminan con inseguridad y vacilan y los guisantes ruedan. El rey siguió su consejo y mandó extender los guisantes. Mas un criado del rey, que quería mucho a los cazadores, cuando supo que debían ser sometidos a una prueba, se lo contó diciéndoles:
- El león quiere probar al rey que sois mujeres. La princesa, le agradeció la información y dijo a sus doncellas:
- Id con cuidado, y andad con paso fuerte por los guisantes. Cuando el rey llamó al día siguiente a los cazadores y fue a su cuarto, donde estaban los guisantes, comenzaron a andar con fuerza y con un paso tan firme y seguro, que ni uno solo rodó ni se movió. Cuando se marcharon, dijo el rey al león:
- Me has engañado, andan como hombres.
El león le contestó:
- Lo han sabido, y han procurado salir bien de la prueba, haciendo un esfuerzo. Pero manda traer doce husos a tu cuarto, y cuando entren verás cómo se sonríen, lo cual no lo hacen los hombres. Agradó al rey el consejo y mandó llevar las ruecas a su cuarto. Pero el criado, que tenía cada vez más afición a los cazadores, fue a verlos y les descubrió el secreto. Entonces dijo la princesa a sus once doncellas, así que estuvieron solas:
- Estad con cuidado y no miréis a las ruecas.
Cuando el rey llamó al día siguiente a los doce cazadores, entraron en su cuarto sin mirar a las ruecas.
El rey dijo entonces al león:
- Me has engañado, son hombres, pues no han mirado las ruecas.
El león le contestó:
- Han sabido que debían ser sometidos a esta prueba y han procurado vencerse.
Pero el rey no quiso creer ya al león. Los doce cazadores seguían al rey constantemente a la caza, el cual había llegado a tenerlos verdadero cariño; pero un día, estando cazando, llegó la noticia de que había llegado la esposa del rey; su antigua novia, al oírlo, lo sintió tanto, que la faltaron las fuerzas y cayó desmayada en el suelo. El rey creyó que había dado mal de corazón a su querido cazador, se acercó a él para auxiliarle, le quitó el guante, y vio en su mano la sortija que había regalado a su primera novia; le miro a la cara y la conoció, conmoviéndose de tal modo su alma, que la dio un beso, y cuando volvió en sí la dijo:
- Tú eres mía y yo soy tuyo, y ningún hombre del mundo puede separarnos. Envió a su otra novia un caballero diciéndola regresase a su reino, pues estaba ya casado, y no tardaron en celebrar su boda, perdonando al león, porque había dicho la verdad.

El príncipe rana

En aquellos tiempos, en que aún se cumplían todos los deseos, vivía un rey, cuyas hijas eran todas muy hermosas, pero la más pequeña era más hermosa que el mismo sol, que cuando la veía se admiraba de reflejarse en su rostro.
Cerca del palacio del rey, había un bosque grande y espeso, y en el bosque, bajo un viejo lilo, había una fuente. Cuando hacía mucho calor, la hija del rey iba al bosque y se sentaba a la orilla de la fresca fuente; solía llevar una bola de oro, que tiraba a lo alto y la volvía a coger, siendo este su juego favorito. Pero una vez, tiro la bola de oro a lo alto y no pudo cogerla rodando hasta el agua. La niña siguió con la mirada la bola y vio como desaparecía en la profunda fuente, donde no alcanzaba ver el fondo. La niña comenzó a llorar, cada vez más fuerte y no podía consolarse. Y cuando se lamentaba así, la dijo una voz:
- ¿Qué le pasa, hija del rey, para lamentarse de ese modo que entristece a las piedra?. La niña miró a su alrededor, para ver de dónde salía la voz y solo vio una rana que asomaba la cabeza fuera del agua:
- ¡Ah! ¿eres tú, vieja saltacharcos? -la dijo-; lloro por mi bola de oro, que se me ha caído a la fuente.
- Tranquilízate y no llores -la contestó la rana-; yo puedo sacártela, pero ¿qué me das, si te devuelvo tu juguete?
- Lo que quieras, querida rana -le dijo la niña-; mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas y hasta la corona dorada que llevo puesta.
La rana contestó: - Tus vestidos, tus perlas y piedras preciosas y tu corona de oro no me sirven de nada; pero si me prometes amarme y tenerme a tu lado como amiga y compañera en tus juegos, sentarme contigo a tu mesa, darme de beber en tu vaso de oro, de comer en tu plato y acostarme en tu cama, yo bajaré al fondo de la fuente y te traeré tu bola de oro.
- ¡Ah! - contesto la niña -; te prometo todo lo que quieras, si me devuelves mi bola de oro.
Pero pensó para sí:
¡Cómo charla esa pobre rana! Porque canta en el agua entre sus iguales, se figura que puede ser compañera de los hombres.
La rana, en cuanto hubo recibido la promesa, hundió su cabeza en el agua, bajó al fondo y un rato después apareció de nuevo, llevando en la boca la bola, que arrojó en la hierba. La hija del rey, llena de alegría en cuanto vio su hermoso juguete, le cogió y se marchó con él saltando.
Espera, espera! -la gritó la rana-. Llévame contigo; yo no puedo correr como tú. Pero de poco la sirvió gritar lo más alto que pudo, pues la princesa no la hizo caso, corrió hacia su casa y olvidó muy pronto a la pobre rana, que tuvo que quedarse en su fuente. Al día siguiente, cuando se sentó a la mesa con el rey y los cortesanos, y cuando comía en su plato de oro, oyó subir una cosa, por la escalera de mármol, que cuando llegó arriba, llamó a la puerta y dijo:
- Hija del rey, la más pequeña, ábreme la puerta. Se levantó la princesa y quiso ver quién estaba fuera; pero, en cuanto abrió, vio a la rana en su presencia. Cerró la puerta corriendo, se sentó en seguida a la mesa y se puso muy triste. El rey al ver su tristeza, la preguntó:
- Hija mía, ¿qué te pasa? ¿hay a la puerta algún gigante y viene a llevarte?.
- ¡Ah, no! -contestó-; no es ningún gigante, sino una fea rana.
- ¿Qué te quiere la rana?
- ¡Ay, amado padre! Cuando estaba yo ayer jugando en el bosque, junto a la fuente, se me cayó al agua mi bola de oro. Y como yo lloraba, fue a buscarla la rana, después de haberme exigido promesa de que sería mi compañera; pero nunca creí que pudiera salir del agua. Ahora ha salido ya y quiere entrar. Entre tanto llamaba por segunda vez diciendo:
- Hija del rey, la más pequeña, ábreme; ¿no sabes lo que me dijiste ayer junto a la fría agua de la fuente? Hija del rey, la más pequeña, ábreme. Entonces dijo el rey:
- Debes cumplirla lo que la has prometido, ve y ábrela. Fue y abrió la puerta y entró la rana, yendo siempre junto a sus pies hasta llegar a su silla. Se colocó allí y dijo:
- Ponme encima de ti. La niña vaciló hasta que lo mandó el rey. Pero cuando la rana estuvo ya en la silla:
- Quiero subir encima de la mesa -y así que la puso allí, dijo:
- Ahora acércame tu plato dorado, para que podamos comer juntas. Lo hizo en seguida; pero de muy mala gana. La rana comió mucho, pero dejaba casi la mitad de cada bocado. Al fin dijo:
- Estoy harta y cansada, llévame a tu cuartito y échame en tu cama y dormiremos juntas. La hija del rey comenzó a llorar y receló que no podría descansar junto a la fría rana, que quería dormir en su hermoso y limpio lecho. Pero la rana se molesto y dijo:
-No debes despreciar al que te ayudó cuando te hallabas en la necesidad. Entonces la cogió con sus dos dedos, la llevó y la puso en un rincón. Pero en cuanto estuvo en la cama, se acercó la rana arrastrando y la dijo:
- Estoy cansada, quiero dormir tan bien como tú; súbeme, o se lo digo a tu padre. La princesa se enfado mucho y cogió a la rana y la tiró contra la pared con todas sus fuerzas.
- Ahora descansarás, rana asquerosa. Pero cuando cayó al suelo la rana se convirtió en el hijo de un rey con ojos hermosos y amables. El les concedio su permiso y se convirtieron en esposos. El principe le relato que había sido encantado por una perversa hechicera y que solo ella podía haberlo sacado de la fuentea y que al día siguiente deberia partir para su país. Durmieron hasta el amanecer y en cuanto salió el sol se metieron en un coche tirado por siete caballos blancos engalanados con plumas blancas en la cabeza y con riendas de oro; detrás iba el criado del joven rey, el fiel Enrique.
El criado se afligió tanto cuando su señor fue convertido en rana, que se había puesto un corse de tres varillas de hierro para que no saltase el corazón por el dolor y la tristeza. El joven principe debía hacer el viaje en su coche, el fiel Enrique subió después de ambos, se colocó detrás de ellos, pletorico de alegría por la libertad de su amo. Al cabo de un rato se oyo un ruido, como si se hubiera roto. El principe se volvió y dijo:
- ¿Enrique, se ha roto el coche?
- No señor, no se rompió, es tan solo una varilla del corse que me puse para impedir me saltase elcorazón por la pena y el dolor que tenia, mientras estabais en la fuente convertido en rana.. Todavía se escucho una y otra vez el ruido y el principe creía que se rompía el coche, y eran las varillas que saltaban de corse del fiel Enrique, por ver a su señor libre y feliz




Jaimito: Cuentos de los Hnos. Grimm III

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